¿He hablado aquí alguna vez de la muerte? Creo que de la mía, no. La gente hace esas cosas en los diarios o en los poemas, imaginan epitafios o despedidas. Pero, si no la mencionas, eso te vuelve inmortal. Yo hasta ahora me había librado. Debería borrar esto.
/////"Sigo virgen y furioso". Arthur Cravan, recién llegado a la ciudad, en una carta a un amigo/////
jueves, 17 de septiembre de 2020
miércoles, 16 de septiembre de 2020
No cuentes tus sueños
Cosas que sueño y que me grabo en el móvil al despertar, con voz de tiburón ballena: “la vela que se enciende cuando soplas”; “la biblioteca que echa a andar porque todos los niños mueven los pies mientras leen ciertos libros, la Odisea o así”.
Mi padre me contó que las películas de las que la gente salía más cabreada en sus cines de pueblo eran aquellas en las que al final todo había sido un sueño. Se sentían estafados, la peli misma te decía que no había pasado nada, que todo ese tiempo que habías invertido en verla era tiempo perdido. Es un peculiar efecto cognitivo, porque qué más da ¿no? es ficción igualmente.
Con éste, dejo lo de contar los sueños.
martes, 15 de septiembre de 2020
BRAMOR
BRAMOR es el acrónimo de Bravura y Amor que escribo desde
hace años en pantallas de móvil, post-its y folios de aquí y de allá. Es un
recordatorio de la manera en que quiero levantarme por las mañanas,
relacionarme luego con la vida y escribir. Sucede que me tengo que recordar el forzar la
valentía y el amor al mirar a las cosas y a la gente, de la misma manera que a ratos
me digo que tengo que impostar la voz y subir el tono para sacudirme la vulgaridad y la zzzz sosería de lo que quiera que esté escribiendo.
lunes, 14 de septiembre de 2020
Los que se van
Murieron M. y C. y mi tío A. y no sentí nada. Con M pasé
algunas noches divertidas, de confidencias, risas y frases astutas. Con C hice
un par de viajes de descubrimiento. Crucé a América por primera vez a su lado, y
me descubrió a Camarón en un viaje en coche por el Levante. Con ambos me llevé
instantáneamente bien y mejoraban mi vida cada vez que me los encontraba. Sé
que yo a ella y a él también. Con mi tío compartí muchos días de infancia y, a
pesar de algunos desencuentros familiares y algunas torpezas por su parte,
cruzaba la calle hacia él sonriendo cuando le veía. Sé que les llevo a todos en
el corazón, pero no sentí nada cuando me dijeron que habían muerto. Puede que
sea por mi visión de la muerte asentada hace tanto. Un fatalismo que me lleva a
aceptar la vida como un ciclo que se abre y se cierra cuando tiene que hacerlo.
Que me cambia el “pobre” o “qué pena” por un: “ah, mira, el punto final era
hoy”. O puede que sea otra cosa.
PD: me posdateo esto tan preocupante que escribí para actualizarme y matizarme: sí, sí que sentí todo y más. Esa forma desarmante de dejarte solo que tienen los que se van; esos recuerdos desfilando uno por uno, que cambian al sepia desleído automáticamente y serán ya sólo tuyos. Pero lo sentí más tarde, porque, al parecer, el estupor es lo primero que te llega y te deja paralizado todas las veces, incluso durante meses.
viernes, 4 de septiembre de 2020
Psicoanálisis
"Es que no sé si hay diferencia entre el amor y la simulación del amor”. La frase se quedó flotando sobre el diván un miércoles cualquiera de la época en la que estaba llevando como podía esa relación tan tensa. La psicóloga podría haberme confirmado que se me daba regular discernir sentimientos para qué hablásemos de por qué. O haberme tranquilizado explicándome que eso no significaba que me hubiera convertido en un psicópata. Pero no, ella ya no estaba tampoco, ya solo emitía carraspeos o subrayaba algo en su bloc hasta que cobraba, en billetes, en mano, al final de la sesión.
jueves, 3 de septiembre de 2020
Tip del desamor
Como enamoradizo habitual, la técnica más eficaz con la que me manipulaba yo solico era hacer a la Ella que tocase sujeto de cualquier canción de amor que escuchara. Quién no lo ha hecho alguna vez. Yo, todas. Como me he reciclado en misántropo vocacional, ahora me dedico todas las canciones de amor y desamor a mí mismo, me invento que las cosas que dicen las letras me las digo yo a mí. Funciona requetebién.
miércoles, 2 de septiembre de 2020
El tiempo también pinta
El viernes paré en mi pueblo camino de otra parte. Ahora que estoy terminando el libro que transcurre allí, pensé que sería buena idea pasar el día en ese escenario arcádico de mis leyendas pequeñísimas; dar una vuelta, quedarme a comer, ver atardecer, fijarme en las calles y en los callejeantes; pegar la oreja para mangar el deje, afanar alguna expresión aborigen, quizás. Cuando empezaba a escribirlo en serio, a principios de este otoño, se me ocurrió la misma brillantez y me quedé un par de días en las fiestas del santo patrón. No fue una buena idea. Ninguna de las dos veces me llevé nada excepto la certeza de que es un libro escrito de memoria, que no habla del pueblo si no de unos recuerdos míos de un pueblo que se parece a este pueblo, pero solo en las piedras y las fuentes, o sea, en el color del pelo, pero no en los andares. Y yo sí que quería que hablara de este pueblo.
Entras a las tiendas y saben quién eres, pero no hay mucho que decir, hablas del tiempo, qué calorazo ¿no? Ya, es que es verano. Te encuentras con gente a la que te alegras de ver, pero o hablas de menos o hablas de más, porque esa historia con la que has respondido al qué tal no pintaba nada ahí. Entras en el bar, te suena alguna cara y te saludan tan imperceptiblemente que puede que no te hayan saludado y, desde la puerta, mientras apuras rápido el botellín, oyes a uno contarle a otro quiénes son tus hermanos y cosas del curriculum de tu abuelo que ni sabías. No hay selva en la que se esté más incómodo que en la que todos te ven entre las hojas, pero tú no puedes ver a nadie.
Así que eché a andar, que era la otra cosa que venía a
hacer a Castilla: salir al campo. Crucé la fuente en la que pasan las movidas en
mi libro, que mira que es fea, y me dirigí hacia uno de los pinares que hacen de fondillo de las tramas que son tramoyas. Hasta que no me alejé un par de kilómetros no se me evaporó el temor de cruzarme con alguien que pensara “¿Qué hace éste andando por un camino a estas
horas de este día?” De la evaporación se encargó un sol que, de 10 a 11, pasó de lumbre a hoguera. Los insectos zumbando, las espigas sequísimas y las chicharras rondándome al
borde del camino contribuían con sus propios grados de más. Supongo que esa sensación térmica sicosomática es algo aprendido: si a tu paso las chicharras cantan y las abejas zumban y los cereales se cuecen espomtáneamente es que estás en un
sitio en el que el sol te trata a coscorrones.
El pinar a donde me llegaba en bicicleta con los libros que había cogido de la biblioteca estaba ahora vallado por una cerca con pinchos. Recuerdo haber leído ahí a Góngora, flipado, y a Luis Mateo Díez, y divertirme. Y haberlo intentado con Javier Marías, que me aburrió nada más abrirlo. Pero ahora no se podía entrar y me quedé metiendo tripa para no salirme de la única escueta sombra que le sobraba a Dios en ese secarral de la valla para afuera. Durante muchos minutos me fijé en todas las cosas que me rodeaban con astuta visión de liebre consultora, con los ojos muy abiertos y las orejas en alto. Al final, a la única conclusión a la pude llegar es a la de que no sé leer un pinar. Ni lo más básico: sé que por aquí los pinos son piñoneros y negrales, pero ni idea de cuál es cuál. Me pareció distinguir tres tipos de cantos de pájaro, pero vete a saber si era el mismo haciendo gorgoritos distintos. Oí a un animal correr entre la espesura, pero igual era algo que había caído de un árbol. No conseguí averiguar qué es lo que daba ese pinar, había un cuenco de recoger resina, pero no sé si era viejo y llevaba ahí décadas o si lo vaciaban cada día. Ni siquiera supe por qué lo habían vallado, porque parecía despeluchado y más bien desordenado. Entre los hierbajos había montoncitos de ramas que, quién sabe, igual los había hecho una ardilla. Quizá lo cerraron para que la gente no entrara a coger piñas. Cuando me iba, encontré un envoltorio de condón, y pensé que sería por eso también. Además, mi pinar es hoy medio pinar. O lo recordaba más grande, como todo lo demás del pueblo, o la vía del AVE que pasa al lado se cargó la otra mitad. Pero la vía lleva lustros ahí y cómo es posible que yo no la viera antes.
Al entrar en el pueblo desde otra carretera también descubro bloques de pisos y chalets de ladrillo, puede que sea ladrillo visto, pero creo que el nombre técnico es ladrillo feo. Están donde yo recordaba solares, caminos de tierra y una señora con unas vacas. Los chalets de estilo feohaus también parecen llevar muchos años ahí.
A las
dos, sin comer, me voy de ese pueblo real que han levantado encima de mi pueblo inventado.
sábado, 29 de agosto de 2020
Me subí a la verja
Lo de los duermevelas sigue a tope. Es, supongo, el atajo que toma mi alma verdadera para escapar del juego de los topos y el mazo con el que la entretengo durante el resto del día. Hoy, fabulo o sueño una historia en la que hay un incidente en un colegio o una universidad: dos personajes discuten y a uno se le escapa algo que le deja en mal lugar y a la vez revela un pequeño secreto. No sale de ahí, al otro no le parece importante, ni siquiera se ha enterado. Hasta que el primero se lo cuenta a su padre, que interviene para tapar su indiscreción y manda a unos esbirros a presionar al otro para que no diga nada. Él termina necesitando contarle a un amigo que le están intimidando. Entonces, más secuaces amenazan también a este otro amigo. Ambos se dan cuenta de que lo que el otro dijo debía de ser algo importante y le dan vueltas para averiguar más. Hay más presiones, algo de violencia, y el secreto se va ampliando porque los sicarios llaman la atención y los dos amigos se ven obligados a dar más explicaciones a todo el mundo. La bola crece y cuanto más tratan de tapar el secreto más se difunde: los responsables de la universidad ven que pasa algo, las amenazas obligan a llamar a la policía y el poderoso personaje manda a unos sicarios a callar definitivamente al primer chico con amenazas de muerte o a matarlo, él no sabe. Por fin, consigue hablar con el padre. Para explicarse, coge un pastel y le muestra cómo, si lo presiona, la crema se sale por los bordes; si lo aplasta, se desparrama y llega mucho más lejos: es todo culpa del que aprieta.
Es una historia que, mientras me quito las legañas, me parece potente. Si tiene hasta moraleja. Lo tengo difuso, pero puede que hable de mí. (En realidad -discurro luego-, de lo que habla es de lo que hice la víspera: comer pasteles de mi pueblo y, justo antes de dormir, ver la peli Algunos hombres buenos). Me había parecido uno de esos argumentos sin fisuras que igual te engendra un superventas. Tenía que hacer algo con él.
Pero, mientras me estoy despejando, me viene también a la cabeza una letra que hace muchos muchos años cantaba a gritos por la peñas de mi pueblo, preferentemente en fiestas: “me subí a la verja con la polla tiesa y te dije: niña me la quieres ver”. Un prodigio de sutileza, como se ve, que me trae de golpe calles, gente, noches y, sobre todo -lo que tienen estas cosas-, la sensación exacta del momento, mi lugar y mi relación con el mundo hace, qué sé yo, dos décadas. Eso sí que es una sensación recia, y eso sí que recoloca mi cabeza de un trallazo como solo saben hacerlo canciones y perfumes. Y este es el motivo, ahora me doy cuenta, de que el libro que escribo, el que me tiene los dedos entretenidos menos a menudo de lo que yo querría. no tenga ni pizca de vocación de best seller, para mi disgusto. Con lo bonito que sería que se vendiera. Incluso que se publicara. Pero, ay, la única potencia que me conmueve es la de estas historias pequeñas tirando a mequetréficas que se pasean por los callejones y corrales de mi pueblo y que únicamente saben alimentarse de los saqueos sentimentales de mi memoria.
viernes, 28 de agosto de 2020
Oculto a plena vista
Cuando estudiaba la carrera, las chuletas me las hacía escribiendo en la mesa. Para que no me pillaran, les ponía encima, en grande y subrayado, el título de otra asignatura. Si era de Derecho ponía Economía y si era de Opinión pública, Sociología. Pensaba que, si pasaba el profesor, colaría. Que nadie se iba a detener a leer la letra pequeña y enrevesada. Ocultar las cosas a plena vista es un truco que funciona mejor de lo que se merecería. Así el Partido Obrero, el Ministerio de Igualdad, la Democracia...
jueves, 27 de agosto de 2020
Sola, fané y descanganyá, por algo será
Ayer había una pareja de chicos en la piscina, brasileños parecían. Metidos en la sombra del fondo, uno meditaba en la postura del loto o la lota o lo que sea y el otro oía música y bailoteaba tumbado. Hasta en bañador, hasta en esa piscina de juguete del gimnasio, le ponían un poco de estilo a la cosa. El de la meditación llevaba un sombrero menos feo de lo que suelen quedar los sombreros en el siglo XXI y cuando vio que le miraba cogió un collar de cuentas que se llamará rosario filipino o tibetano o así para posar un poco más.
Pensé en la de veces que a una escena pacífica en pareja
conmigo dentro yo le quería poner algo más. Algo de sexo, mucho de planes, algo de
poesía hablada o de aspirar el momento, exprimir el momento. Algo de estar en
otra parte que no era esa que ya estaba bien. O de multiplicar el significado para que todo se elevara en
intensidad, para sentir que estábamos viviendo de verdad, lo que quiera que sea que entendiera por eso. A no ser que estuviera
leyendo, que entonces pasaba de todo. La santa paciencia de mis novias.
lunes, 24 de agosto de 2020
Cómo desabrochar un cinturón en los 90
Parece ser que, hasta que se congele el Leteo, el duermevela de amanecida me va a estar trayendo uno por uno el recuerdo de cada beso que he dado. He tenido despertares peores. Lo único, es que empiezo los días, cada día, con un bucle nostálgico que necesita una mañana entera para irse deshaciendo. Alguna vez me dura hasta la noche y más. Habría que besofacturar algunos nuevos, aunque supongo que esos me vendrían en sueños dentro de unos años, así que me iba a dar igual.
Hoy le ha tocado a la primera vez que estuve retozando en una cama con mi novia de la carrera, a los 19. Hasta entonces solo había ensayado todos esos movimientos de pulpo sabio en el montón de arena del cocedero de ladrillos de mi pueblo, en el sofá de la peña, en algún portal y en otros asientos de calambres amorosos por el estilo, sitios todos muy de afueras. Aquella vez, el campo de plumas rasposo fue la colcha vieja de la cama de mi compañera de piso. Por encima, porque meterse dentro era demasiado audaz. Y hubo mucho nonono, sisisí, esas cosas que no es que se estilaran entonces, si no unos 30 años antes, pero que a mí me pasaban. Puse la música que tenía para darle un poco de ambiente. La música que tenía para los ambientes y para todo lo demás era una cinta que proyectaba ir grabando de la radio, pero que no pasó de una canción: La cabalgata de las valkirias. Le ponía el toque épico a cada una de aquellas primeras veces. Las valkirias sorteaban con sus caballos alados manos, botones, corchetes, noes, risas aleatorias, hilos de colcha que se enredaban... Cualquier obstáculo terrenal era nada para ellas, tan celestiales.
No son las 11 y el sol ya me está mirando de frente para decirme "ola" (de calor). Y las valkirias siguen revoloteando por mi cocorota como abejorros. Y estoy menos concentrado en el libro que tengo que terminar de escribir que en la ecuación irresoluble de cómo desabrochar un cinturón en los 90. Me tomaría un vodka.
domingo, 23 de agosto de 2020
Otra cosa
El viernes me desperté con un mensaje de Ana. Había soñado conmigo y quería ver qué tal estaba. Le conté que yo a veces también soñaba con ella y se abrió una compuerta a entonces. Al día siguiente me levanté pensando en ella y en aquella época. Los 17 años. Las primeras imágenes que me vienen siempre son la de un ensayo de una orquesta que vemos desde el gallinero de un teatro de Valladolor y la de la esquina de la pastelería de la Plaza Santa Cruz donde hablamos durante una hora. Creo que esas fueron las primeras veces que la vi como a otra cosa, no sólo como a una chica que conocía.
Me levanté con una sonrisa, pensando que estaba todo bien, que estaba bien haber pasado un ratito allí otra vez. Luego la busqué en Facebook porque hace muchos años que no la veo y quería acordarme bien de su cara y ver cómo está ahora. Sólo había fotos de hace diez años, que es de cuando tenemos todos fotos en Facebook, de la última vez que lo usamos. Habíamos quedado en hablar el lunes y me dio por pensar que estaría bien que las cosas fueran así de fáciles siempre, que por qué no llamar a cualquiera de los que echo de menos desde hace años, quizás a M. y decirles, qué tal, estaba pensando en ti ¿hablamos? ¿quedamos? Que podría ser así de fácil. Ana lo hace parecer así de fácil. Y luminoso, claro. Hace mucho que escribí que ella es una bombilla, un foco o un faro que ilumina cualquier habitación a la que entra. Hasta a una plaza mayor en un mediodía de agosto la pone más brillante.
El lunes hablamos durante una hora y ella dijo lo que los
dos pensábamos, que era como si nos hubiéramos visto ayer. La compuerta se quedó
abierta y entraron más cosas. Ponernos al día fue plantarme frente a un
espejo para contarme cómo son mis días y comparármelos con los de entonces. Hoy
no he dormido tan bien, puede que sea el calor que tiene el aire suspendido en
espirales de fuego por toda la casa. Pero también puede que tenga que ver con
lo que soñaba en el duermevela, Entre esas brumas, Ana, la conversación y el ensayo que vimos
desde el gallinero ya no eran los recuerdos de los materiales de los que estoy hecho, si
no una sensación de fin de algo, una despedida desde lejos que
se me viene haciendo crónica. Al despertar, yo era Tom Sawyer asistiendo a su entierro desde el coro.
sábado, 22 de agosto de 2020
Madurar es de frutas
Vienen otros diarios, unos casi diarios. Al contrario que en otras veces en que (me) anuncio cosas, esta vez sé que va en serio porque los estoy escribiendo y ya llevo un par de decenas de textos. Los dejaré reposar un poco, un mes, y luego los corregiré y los publicaré. Por eso, en el blog a veces me estaré asando mientras en la calle me pongo una chaqueta. Solo quiero atender a esos textos dos veces: el día que los escriba y el día que los publique. Así que, no estoy muy seguro, pero creo recordar que los que tengo almacenados tienen más de confesión que de peripecia; menos de intento literario con autobiografía, de cuento, ensayo o artículo, que de trocito de vida al pasar. También puede que hablen de los engranajes de alguien más maduro, pero de eso sí que no sé nada.
lunes, 1 de junio de 2020
jueves, 28 de mayo de 2020
Mi beef imaginario con Trapiello
Trapiello sí se salva un poco más o al menos le deja al lector la sentencia. Que a menudo no se resuelve a su favor a pesar de que la leamos desde su punto de vista, que es el de una víctima de algo que no puede evitar. Como cuando cuenta cómo se siente dando una absurda conferencia, explica que lo hace por dinero y luego lo publica. Y eso último es lo que le da sentido a todo el proceso y lo vuelve honesto.
viernes, 15 de mayo de 2020
Te va a explotar el corazón
Ella sabría que se jugaba la vida a cada paso que la alejaba de casa y que también se la jugaba a cada hora que pasaba en casa. Y luego resulta que también se estaba decidiendo mi existencia.
Lola pasearía por calles transfiguradas que ya no eran las de junio. Leería alborozo insensato, pero esperanzador, en las risas de unos; y se reconocería en las miradas de inquietud y hambre futuro de otros. Entraría en el mercado para comprobar, unos días, que las lechugas seguían siendo del verde del jade y, otros, que al cartel de la pescadilla se le había caído la ce.
viernes, 24 de abril de 2020
No se podía saber o que me prohíban éste
Luego descubrimos que el jefe tenía otro jefe. Y que quería que escribieras para él aunque ni le llegaras a conocer. Ese jefe de tu jefe tenía a su vez unos jefes que se llamaban anunciantes. Para él, eran como unas parejas poliamorosas tóxicas de las que te exigen que adivines qué es lo que les va a molestar. Un estrés. El jefe de tu jefe quería que tu jefe se ocupara de que tú escribieras cualquier cosa que no fuera a molestar a sus jefes, a los que les molestaban cosas que no se sabían hasta que lo vieran. Por si acaso, que no bailaras mucho. Luego, con ese pequeño porcentaje de lo que sobraba, podías ya escribir para tu ego (acababa mal) o incluso para los lectores.
Parece complicado, pero enseguida se te interioriza en la cocorota y hasta en los dedos. Es el ciclo de la vida y no hace falta que te lo digan cantando: la primera vez que ves a un león comerse a una gacela ya lo pillas. La prueba es que ningún texto mío ha vuelto a acabar en un cajón. Si acaso, sale como saldría uno de un accidente en un barranco: sin patas, sin brazos o sin ojos. Pero sale. Los periodistas teníamos un motivo para pasar de buen grado por el aro de jefes y jefes de jefes. La pasta. No el gran dinero, entiéndaseme, solo la calderilla para ir tirando, para financiar, por ejemplo, los modestos michelines que ahora estoy tratando de quitarme de encima.
Justo cuando lo ibas entendiendo, detonaron las redes y con ellas lo que al principio se llamó periodismo ciudadano, que supongo que incluía la opinión ciudadana, y que ya nadie se ha atrevido a volver a llamar así. Lo de estos ex periodistas ciudadanos siempre ha sido más altruista, lo hacen por nada, por vanidad, que ya ves tú, es tan poca cosa que la derrota un espejo tarde o temprano. A ellos les faltó durante un tiempo lo fundamental de todo esto: los jefes, los jefes de los jefes y los patrocinadores de los jefes de los jefes. Ahora, por fin, parece que se los van a poner. Si no se los ponen estos, otros se los pondrán. Están en ello. Con la amorosa y entusiasta asistencia de toda una generación que no cree que la libertad de expresión sea un derecho tuyo que nadie pueda tocar, si no un medio como otro cualquiera, como un abucheo o una porra, para combatir al MAL. A base de poner un poco de aquí y (sobre todo) quitar un poco de allá. Así que la cosa está en decidir quien decidirá lo que es EL MAL Sean los que sean los que lo consigan no son los tuyos. De verdad que no. Pertenecen a un club en el que no estás y (créeme) no quieres estar. No sabes las cosas que hay que hacer para llegar hasta ahí.
Total, que como resulta que lo que haces ya es gratis, no se te puede motivar con despidos ni con (si eres freelance) bajarte tu asignación para espaguetis de Barilla a Hacendado. ¿Qué está peor pagado que escribir gratis? Que pagues por ello. Se llaman multas. O en su variante vacacional, chirona. Se probó con los raperos coprógrafos, un poco con los cómicos que moqueaban banderas, y hasta se hizo una cata a ciegas con titiriteros y tuiteros sueltos que hacían chistes sobre el Alka Seltzer, Carrero Blanco y así. Se confirmó para todos siempre que esos todos rechistaran a una autoridad sagrada, pongamos un concejal de tu pueblo o un guardia municipal. Por mal nombre se le puso Mordaza, que era una pista. Como fue un exitazo (un exitazo hoy es que una salvajada no saque a casi nadie de la siesta), ahora ya está democráticamente al alcance de cualquiera que pasee por la calle y mire torcido. Pronto habrá más, porque queremos más.
Como periodista experimentado, puedo ayudarte a que no la cagues, a que aprendas cómo se hace esto sin que te cueste mucha pasta. En tu poder tienes dos herramientas que nadie te va a querer prohibir: la crítica a lo que tus jefes quieren que critiques y la alabanza a todo lo demás. La primera es un arma complicada, porque está sometida a vaivenes. Si te pillan con el paso cambiado puedes acabar en el lado de la trinchera en el que caen las bombas. Yo le dejaría este recurso a los profesionales, que saben cuándo hay que saltar del barco y cuánto rato ponerse de perfil antes de dar todo el giro sin despeinarse. Hay que olisquear el momento justo en el que pasar de defender lo indefendible con incorruptible vehemencia a defender lo indefendible contrario con idéntica convicción. No es fácil, pero, ante la duda, haz lo que haga Risto Mejido.
En cambio, la alabanza es una bendición. La alabanza no pide límites ¿A quién le desagrada un piropo? Bueno, en ese lío ya nos meteremos otro día. El caso es que la alabanza es propia de ángeles, el hossana, el optimismo ciego, quedarse con lo bueno de la vida, ver lo positivo para atraer lo positivo, como recomiendan 9 de cada 10 autoayudadores.
Ya quedó claro que si te nace un rap con alguna rima con la palabra ladrones hay que contenerse y canturrear a Amaral un ratito hasta que te suba el ánimo de escribir lo contento que estás de que los reyes sean menos medievales que en el medievo y crean en el progreso que, bien entendido, empieza por la propia abundancia. Añadiré que si un rey no se ocupa de matar elefantes ¿quién lo va a hacer entonces? Las calles estarían llenas de elefantes, uno se te colaría en el super, otro te quitaría el sitio de aparcar, otro te apachurraría. ¿Ves? Así se hace.
Puede que sientas la tentación de calificar de bananero que la mujer del número uno del partido sea la número dos del partido; de pensar que aunque fuera la mujer más preparada del país para el cargo debería apartarse en favor de la segunda más preparada. Incluso cínicamente podrías considerar que así, qué sé yo, los votos de quienes tienen ojos en la cara no se evaporarían. Pienses lo que pienses, nunca escribas un poema satírico con tus conclusiones: haz una oda alabando los valores familiares de quien pone el amor por encima de todo. El amor conyugal, que ese sí que es bravo.
Y si sospechas que las manifestaciones del 8M fueron el motivo por el que se retrasó la cuarentena, por favor, detén tu malpensanza, porque el CIS dice que el 97 % de los españoles está de acuerdo con que todo está bien hecho. O sea, que lo dice la ciencia. Y tus suspicacias van a ser carísimas.
Si en tu comunidad autónoma a nadie se le ocurrió mirar en las residencias de ancianos por si había algún enfermo hasta que se paso por allí el ejercito, adhiérete al quién lo iba a imaginar, viejos enfermándose, con lo resistentes que parecían en la posguerra. En cambio, dale bola a lo que sí se está haciendo: fotos, muchas fotos. Con aviones, en Ifema, en despachos que supuran eficiencia, delante de un atril o de un espejo. Para entretener tu confinamiento se arriesgan a saltarse el suyo y cuarentenas y reales decretos y lo que haga falta. Piensa en el futuro, porque nuestros amados líderes ya están pensando en el suyo. Puede que lleguen la ruina y el hambre (no metas la pata, el término oficial va a ser “desaceleración calórica”), así que vamos a necesitar nuevas y patrióticas fuentes de ingresos. Con su ejemplo, nos podríamos convertir en una potencia mundial en selfis. Podremos exportar influencers. O comérnoslos.
Si lees que a una asesoría laboral en semiquiebra se le han dado millones de euros para comprar material sanitario o que las mascarillas encargadas a Ruining Trade (nombre real) eran de juguete y han enfermado y puede que matado a unos cuantos sanitarios de nada recuerda (y, sobre todo, escribe) que el gobierno prometió no dejar a nadie atrás. Que qué mejor manera de pelear contra la ruina que ayudar a empresas así, que es que lo estaban pidiendo.
En fin, que si quieres llevarte las manos a la cabeza por la improvisación, porque se dijo que las mascarillas eran placebo solo porque no las había, porque a día cuarenta de la cuarentena los sanitarios sigan vestidos de bolsa de basura y con una mascarilla a la semana, recuerda que eres español. Uno de nuestros valores nacionales alabados por la prensa seria durante décadas es la capacidad de improvisación. Eso es lo que nos hace tan creativos. ¿Se imaginan a un europeo del norte improvisando? No pueden. Igual eso les está viniendo bien en tiempos de pandemia, pero, ay, en las artes. Las artes aquí son un prodigio, todo improvisado, todo sin método ni razón ni base. Es como si el arte naciera cada día. Escribe sobre eso.
¿Y esos discursos? ¿Dónde se han visto discursos tan fervorosamente patrióticos, tan líricamente épicos? No se oía nada así desde tiempos de Churchill, de De Gaulle, de Kennedy. Por eso los hemos tenido que traer de entonces. Por si acaso no teníamos otra cosa que alabar, tenemos los discursos. Directos a (o de) los libros de historia.
Como se ve, el truco es tan sencillo y gratificante como ponerse positivo. Por lo que sé, les va mejor a los que empiezan con ello antes de que se lo pida el jefe. Hazlo. Pero solo si estás vivo.
miércoles, 25 de marzo de 2020
Prefacio
La visita del Gaviero. Álvaro Mutis.
sábado, 7 de marzo de 2020
Un plomo de calaveras
domingo, 9 de febrero de 2020
Tan superguay
Llevo una temporada acompañando de cerca y mirando con lupa lo que han hecho mis amigos, David, Aitor y María. Y lo que han hecho son tres grandísimos libros, cada uno en lo suyo. Considerando eso de que pierdan o no la guerra han ganado los manuales de literatura, ahí están ya, con su nombre en la portada, su ISBN y su ejemplar en la Biblioteca Nacional. Mientras que lo mío es un átomo perdido que encoge a medida que internet se hace infinito y mis palabras infinitesimales. ¿Y si salto a la pista a ver qué pasa? Saltar a la pista a ver qué pasa siempre ha sido una cosa muy mía. También, bailar como un zombie que ha visto un cerebro bonito y cantar como un gato que está triste y azul, pero ahora no es el momento de recordar eso.
Hoy llegaré a lo de la mexicana, que es un vermut, con unas bonitas ojeras que no van a ayudar nada, porque estuve horas dando saltitos en la cama mientras lo planeaba. Es el momento de que si has llegado hasta aquí me dejes tu opinión. Tienes todo un infinito barrizal de anonimato en el que ponerte tan sincero como te gustaría serlo en la vida real así que ¿por qué no? Corre antes de que esto se convierta en un granito de arroz, una micra, un neutrón, un paramecio, un microchip nipón.
sábado, 8 de febrero de 2020
SEFUD: Jueves, 23 de enero
Anoche, después de aparcar el patinete, cogí un bus, me bajé en una parada que no era y, admirablemente, cogí otro patinete hasta casa. No rompí nada más.
jueves, 30 de enero de 2020
Si esto fuera un diario (SEFUD): Miércoles 22 de enero
Como con María. No le gusta la idea de que un escritor que no conoce presente su libro. La última vez, Ray Loriga supo ver un montón de cosas en su primer libro, lo que habla muy bien de Ray Loriga y nos da un poco de autoridad a los fans de María. Esta vez Ray está ilocalizable, Juanra me ha contado que tiene toda la colección de problemas: salud, dinero y, a saber, amor. A María le dicen en la editorial que proponga un nombre de autora para que presente su libro. Ella da un nombre, la editorial le dice que no está disponible y María anula la presentación en Madrid. Me fascina la cabeza de María cuando toma decisiones que los demás ni nos plantearíamos. No es que vaya contracorriente, es que va por otro río.
Si algo ha quedado claro esta temporada es que me hacen más ilusión las presentaciones de los libros de mis amigos que a ellos. Claro que para mí es una fiesta que me pone de muy buen humor, solo tengo que sonreír, dar abrazos y beber, pero tampoco entiendo que ellos se lo tomen como un examen. Le digo a María que es una pena, que quizás debería verlo como un cumpleaños al que va gente de distintas épocas de su vida (como los míos), que podría presentárselo un amigo y rodearse de otros amigos y pasarlo bien; que no va de vender libros ni de promocionarse, es solo una fiesta. Cambia de idea y me pide que se lo presente.
Yojana me escribe para contarme que Aitor está muy nervioso con lo de su libro. No tiene presentador todavía y queda una semana. Le escribo que debería tomárselo como una fiesta, que se lo presente un amigo etcétera. Escribo a David para decirle que tenemos que quedar con Aitor y calmarle un poco. Está muy liado, pero, como David es David, anula lo que tenía y quedamos por la noche en el bar de Mario para poner un poco de orden y cerveza en el asunto. Llego un poco tarde y ya lo han arreglado todo. David ha tenido una gran idea: que se lo presente un amigo. Se lo van a presentar él y Pedro. Yo reivindico la idea como mía y saco el mensaje en el que se lo decía a Yojana varias horas antes. Tengo esa cosa cansina e infantil de resaltar mis méritos más allá del decoro, más con los asuntos menores que me importan hasta el delirio, los de los amigos, que con los profesionales, que también. Es uno de esos tics que ya a estas alturas no me voy a quitar de encima nunca. Quiero pensar que no es demasiado molesto para los demás, con la excepción de cuando hago un regalo y persigo incansablemente a la víctima: "¿te ha gustado?, ¿te ha gustado?, ¿te ha gustado?" hasta que le obligo a encontrar maneras prosopopéyicas de expresar su dicha y su agradecimiento infinito y ya me quedo tranquilito. Y en la cama, ni te cuento.
Se van todos, pero yo me quedo. Mario y su bar han sido un flechazo. Dice Aitor que vamos a acabar de novios. Se niega a comprar red bull para mis copas, pero me deja traerlo de casa. Charlamos de nosequé hasta la hora de cerrar o hasta que me empiezo a poner incoherente y me saca el reloj. Con tanto red bull, para mí está amaneciendo, así que me voy a asomar a Malasaña, a ver quién hay y qué está abierto. Me cruzo con un patinete y por algún motivo me parece una idea brillante motorizar la ronda. Después de esquivar precariamente todos los bolardos, veo a lo lejos, en San Bernardo, un coche de policía. Como cuando circulas con un patinete no sabes cuántas cosas de las que estás haciendo son ilegales (probablemente todas), doy un giro en redondo optimista de más y me voy a la mierda. Se me ponen los morros, que es con lo que paro el suelo, como los de Carmen de Mairena; el cuerpo, ay, crujientito; y la mano de escribir, tonta. Aparco el patinete justo ahí, fingiendo una dignidad que ya se me podía haber ocurrido antes.
lunes, 2 de diciembre de 2019
Me lo dije
sábado, 2 de noviembre de 2019
Maneras de levantarse
sábado, 3 de agosto de 2019
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius versión Ed Wood
Hoy, la fase REM, interrumpida por un trallazo de sol en la cara, me ha sugerido un cuento: alguien que vuelve a su pueblo tras fracasar en Madrid o fracasarle Madrid -lo he visto tantas veces-. En el autobús medita sobre todo esto. Al llegar a la casa familiar le espera su padre que no es su padre. Se da cuenta enseguida, aunque lleve la misma ropa y ocupe su lugar. Habla con él y le gusta la conversación, no es su padre, pero le vale ese tipo, por qué no, se lo queda. Pero el primer día que sale a la calle con él y le dice a unas vecinas “estoy aquí, con mi padre”, su mirada de asombro le deja claro que no va a colar. Porque su nuevo padre es negro.
Le he dado todas las vueltas del mundo para que suene menos estúpido, pero es que es tan profundamente estúpido que ni rascando con KH7.
Estoy intentando hacer un libro de cuentos, pero sólo me salen chistes, y me siento todo el rato el Ed Wood de la literatura fantástica.
sábado, 25 de mayo de 2019
Lucía y el amor
jueves, 2 de mayo de 2019
Optimista
jueves, 14 de marzo de 2019
Era
Abrí esto por casualidad
https://virgenyfurioso.blogspot.com/2002/09/era-la-feria-de-conil-al-medioda.html
Y recordé todo. Recordé, por ejemplo, la cuesta desde la feria y la luz de Conil -eso es fácil-. Recordé la moto de alquiler, el feto y el pescador. Recordé los segundos que tardé en volver a entender cómo se usaba el ratón, el frío de aquel ciber, la premonición indefinida que vi en la pantalla. Recordé que ella me acarició el pelo mientras me llamaba tonto.
Recordé ese día de hace 16 años como si pudiera tocarlo.
Y eso es lo que pasa.
Doctor Manhattan
De no pertenecer a no ser hay un pasito que ni siquiera das, pero que si lo dieran por ti ya ni sabes si dolería o daría igual.
Y entonces, otra vez ¡otra vez! sales a la calle para cualquier cosa y la luz rebota en tus gafas de sol y choca con lo alto de los edificios y el movimiento calienta los músculos y apadrina las zancadas largas y hacia el final de José Abascal te espera -no lo sabías- un amigo, alguien que te quiere bien. Miráis hacia los viejos tiempos hasta que se ponen nuevos.
Y pides otra ronda.