El Salón de los pasos perdidos de Trapiello lo he
simultaneado con los Diarios de Jules Renard. Hay en ambos, como
en los mejores diarios, una intención de contarse sin salvarse, de consignar
las mezquindades, que tienen forma de desahogo cuando se redactan y de
honestidad, puede que narcisista, cuando se dan a imprenta. La diferencia es
que Renard se juzga y se condena a la
vez, en las mismas líneas en las que relata sus siempre pequeñas inmoralidades, arbitrariedades y egoísmos. Sabe lo que está haciendo con el colega con el que es hipócrita, con la frase destructiva e injusta con la que
queda como un tipo brillante, con la envidia rabiosa por los escritores a los que
les va bien, a los que fulminaría aunque sean sus amigos.
Trapiello sí se salva un poco más o al menos le deja al lector la sentencia. Que a menudo no se resuelve a su favor a pesar de que la leamos desde su punto de vista, que es el de una víctima de algo que no puede evitar. Como cuando cuenta cómo se siente dando una absurda conferencia, explica que lo hace por dinero y luego lo publica. Y eso último es lo que le da sentido a todo el proceso y lo vuelve honesto.
Trapiello sí se salva un poco más o al menos le deja al lector la sentencia. Que a menudo no se resuelve a su favor a pesar de que la leamos desde su punto de vista, que es el de una víctima de algo que no puede evitar. Como cuando cuenta cómo se siente dando una absurda conferencia, explica que lo hace por dinero y luego lo publica. Y eso último es lo que le da sentido a todo el proceso y lo vuelve honesto.
Disfruto a menudo con las opalescencias y los paisajismos de Trapiello y se me pone media sonrisa cuando posa. Le leo en mi balcón al atardecer o a media
mañana y lo turno con un par de álbumes de Tintin: unos me llevan lejos y el otro,
cerca, pero me sacan de aquí. Y luego están las entradas de Sálvame literario y
las mezquindades cotidianas del oficio de escritor, que con esas me lo paso
pipa siempre. Hasta el punto de buscar en internet el contexto, la gente que identifica por las iniciales o ni eso. Buscar lo que se dijo de la muerte
de Benet o los detestados aforismos de Ferlosio en El País o un artículo de
Vázquez Montalbán que le parecía hipócrita o lo que se publicó sobre un viaje de
escritores progres a Cuba en el que participó sin mucha fe, un fragmento que
está en un tomo que aún no he leído, pero que encontré por internet. Es una de esas lecturas que, claramente, engendra
lecturitas, algo que pasa mucho más con su Las armas y las letras. Ese ensayo sí que
es un constante podio de nombres y vidas desde el que tirar del hilo.
Ante tanto juicio sucesivo, lo que podría haber aprendido es
que a Trapiello no le gusta que le lleven la contraria. Que queda claro, pero
no lo tuve en cuenta cuando, el otro día, entré en su blog y encontré un
artículo que hablaba del 15M con unas asunciones tan decepcionantemente
vulgares y cortas de miras que me decidí a contarle lo que me parecían, porque al parecer yo también tengo resortes en buen estado para saltar con los que me parece mal y muelles oxidados para lo contrario. El
comentario que redacté ni se ha publicado ni se publicará en su casa, claro,
por eso lo voy a copiar aquí, en la mía. (O igual sí, igual se publica estos días y entonces me la envainaré con una reverencia). Es divertido imaginarse a Trapiello
leyendo mi comentario en diagonal, indignándose (entre mínimamente y nada, eso sí) por que
un tipo de internet con un nombre estrafalario le lleve la contraria, y
tirándolo a la basura.
Su artículo está en este enlace que copio. Y, ya de paso,
podéis daros un paseo por su blog, Hemeroflexia, que está muy bien y demuestra que sigue
habiendo una internet subterránea desinteresada que hace que valga la pena pagar la conexión.
Solo que, como siempre, está fuera de los radares; casi fuera del alcance de los
periódicos y de las redes vigoréxicas en las que todos picamos:
Y mi comentario fue éste:
Diría que cometes un error de base aquí. El 15M como
movimiento espontáneo no es, nunca ha sido Podemos. Por más que se lo traten de
apropiar con apariencias como los Círculos y las asambleas iniciales,
cosméticas, como se vio enseguida, e incluso con placas en la Puerta del Sol.
No fue una movilización de izquierdas, al menos tal y como se entiende la
izquierda mezquinita de partido en España; tampoco fue la mamarrachada en la
que derivó al final y, desde luego, no tiene nada que ver con el Podemos de
hoy. Nada de nada. Nace de una protesta contra un sistema en el que se turnan
dos partidos cuyo objetivo no parecía ser otro que tener éxito en perpetuarse
(PPSOE en muchas pancartas) y contra una democracia deficitaria en la que no
hay posibilidad de participar más que, como se sigue viendo con los partidos
populistas, apuntalando un sistema que tiende a la corrupción incluso al hacer
como que lo combates ("Lo llaman democracia y no lo es"). Se protestó
a través de la forma más básica de democracia: preocupándose y hablando. No
eran 20.000, éramos unos cientos, simplemente se hablaba con el de al lado,
mostrabas tu punto de vista y oías los del resto. Se oían cosas sensatas, por
ejemplo, recuerdo algunas sobre medio ambiente de unas recién licenciadas o las
mismas reuniones de periodismo donde participé yo, en las que se cortaba a los
del "qué hay de lo mío" y se escuchaba a los que llegaban un poco más
lejos, hasta la responsabilidad del periodismo en lo que pasaba y su papel
futuro. No había soluciones, había propuestas de caminos a recorrer.
Es normal creer que aquello fue otra cosa si se siguió por
los telediarios o si se compra la apropiación publicitaria de todo aquello que
hace el partido que ahora es socio de aquel contra el que se protestaba. Pero
en realidad fue la última gran oportunidad cívica de tomar las riendas, una
chispa minúscula que podría haberse extendido solo con que se hubiera escuchado
a los ciudadanos al estilo del Detroit Future City, que puso espacios para que
se hiciera eso, charlar sobre el modelo de futuro como paso inicial para todo
lo demás. Es una pena que no estuviéramos preparados, como nunca
(históricamente) lo estamos para dar un saltito de progreso de manera
civilizada, estoy seguro de que no estaríamos como estamos.
Y es una pena que la visión de tu artículo es lo que haya
quedado de una iniciativa en la que algunos madrileños salimos a la calle a
hablarnos y reconocernos, y no, no éramos de Podemos (que no existía, claro).
Pero es lo que hay.
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