UN MIERCOLES
Me levanto cuando ya ha pasado una hora desde que empezó mi jornada de trabajo. Me ducho, me afeito por fin, me pongo unos vaqueros, una mierda de camiseta de disenyi que me regalaron en el NH y un jersey de pico, de pijo de provincias. Cojo un taxi. Llego a las doce, como casi todos los días, quitándome las legañas. Desayuno una coca cola light y un sandwich de paté y queso de la máquina. Leo mi correo, ordeno las facturas y me voy a la presentación de unos vinos a un hotel que me suena, aunque no lo consigo situar. Entro directo al baño. Ya sé. Aquí estuve un domingo en un concurso de sumilleres con Ana la cocainómana, justo después de cambiarle los pañales a su sobrino. En este baño me metí una raya con tropezones. Luego salí, con el rastro en la nariz y me la encontré hablando con una compañera de trabajo. Todo iba mal, la coca nos puso tristones, mis dos tarjetas me dijeron que sé acabó, que ya no me daban más dinero. Nos fuimos a la proyección de unos cortos de unos amigos de una amiga en un bar de Malasaña. Me explicó que no quería follar conmigo esa noche, le dije que no importaba, sólo dormiríamos. Me repitió que no quería follar conmigo, que ya me conocía, que iba a insistir, y le contesté que con una vez que me lo dijera era suficiente. Para aliviar el mal rollo, le solté la frase definitiva: "no te preocupes, ya me darás hora para follar". A las dos sacó mis cosas a la puerta de su casa. "Mañana te llamo". Hasta hoy, ya lo expliqué más abajo.
Ahora no hay coca. Sólo vino. Unos sesenta, de los que pruebo diez o doce. Dos horas después sigo pedo. Llamo a Cris. Ayer estaba tomándose una caña con su ex amante y tuvimos mal rollo, porque dice que no me estoy esforzando en ir a verla. Hoy tiene una buena noticia para mí. Ha cambiado su guardia para que pasemos el viernes juntos. Tengo una mala noticia para ella, llego a Barcelona el viernes por la noche o el sábado por la mañana. Me dice que no me estoy esforzando. Puede que tenga razón. Pero es que siento angustia si me escaqueo tanto del trabajo. Bronca.
No quiero broncas. Mando un mensaje a Ana la Multiorgásmica. "Tengo la tarde libre, ¿quedamos?". Pienso que debería coger los condones. Mientras hablo con Ana –"es tarde" "no importa, tengo la tarde libre y la noche libre"–, oigo otra llamada. Debe de ser Cris. La telefonéo. No quiere discutir, se disculpa, ella no es así. Siento que la quiero otra vez. Ahora me apetece más ir. Se lo digo. No cojo los condones. Sólo será una charla de amigos. Me estoy durmiendo, así que me tomo una efedra.
Ana me cuenta que se ha enterado de que su ex era gay. Dice que vive en un culebrón. Le doy un abrazo y me empalmo notablemente. Otra cocacola. Discutimos. Los dos queremos tener la razón. Yo creo que no estamos incompletos sin pareja, eso es una invención social. Ella dice que porque yo lo diga, que se pensaba que yo era de otra manera, que soy un simple y no tengo sentimientos. Nos besamos, nos acariciamos, nos metemos mano. Su pantalón está empapado. Le pregunto si quiere tomar la última cocacola en mi terraza. Dice que nonono. Que fíjate lo que he entendido cuando me has dicho eso. "¿Cómo puedes creer que te estaba proponiendo eso?", contesto. Sonrío. En la calle se frota contra mí, se agarra con la pierna a mi cintura. Nos apoyamos en una columna. Le meto la mano debajo del pantalón, debajo de las bragas. He descubierto hace poco que en esos casos estimular el clítoris no es lo único, también se puede profundizar. Meto un dedo. Me desabrocha el pantalón y me acaricia. Quiere que la folle allí mismo. Me pregunta si he traído condones. "No". "Mejor". Digo que vayamos a casa. Dice que si se lo piensa un minuto dirá que no. Estamos en una calle medianamente transitada. Busco un taxi con la mirada. Pienso en llegar hasta el taxi sin sacarla el dedo para que no diga que no. Pasan motos, coches, madrileños hablando por el móvil, gente que posiblemente no vimos, pasan autobuses y el camión de la basura. Canta la rana debajo del agua, pasa un caballero con capa y sombrero, pasa una señora con bata de cola, pasa un capitán... Mientras nos masturbamos contra una columna, pasa medio Madrid, pero ni un taxi con la lucecita verde. Me rindo. Me abrocha. La dejo en un taxi de los que van en dirección contraria. Hacia su casa. "Mañana me hubiera sentido mal", me dice. "Mañana te hubieras sentido de coña", puntualizó. "No podemos vernos porque siempre nos pasa lo mismo. Pero en cuanto esté mejor me presentó un día en tu casa, si es que entonces quieres verme". "Seguro que sí". Y se sube al taxi.
Sólo había cien metros hasta mi casa. Por el camino me acerco el dedo a la nariz. He cogido frío y la tengo taponada. El olor ha desaparecido. Es como si nunca hubiera existido. Gracias a esa ausencia, como metáfora de lo fugaz que ha sido lo que ha pasado, consigo no sentirme culpable, a pesar de que soy un asco. Son las dos. Mañana volveré a levantarme a las 11.
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