Cuando la conocí tenía 23 años. Pasaba la mayor parte del tiempo en su caparazón. Cuando emergía estaba espléndida. Toda su energía contenida se materializaba en su forzudo corazón. Y no es una metáfora. Su corazón, la víscera, bombeaba siempre a cañonazos. Su corazón, sus cañonazos me daban la medida de aquello de lo que era capaz. De todo todito, me parecía. Pero ella no lo quería todo, me quería a mí. Su compañero de juegos. Llevábamos unos días conociéndonos y le escribí este poema.
EN LA ESQUINA DEL DÍA
En la esquina del día y de la playa
la silenciosa Merte se despliega.
Ignora a lo que sabe, a lo que huele,
no conoce las gracias que derrama
ni el sendero de pétalos que pisa.
Hoy tiene pensamientos de una frase:
"El agua está muy fría.
También quiero volar.
Estoy contigo".
Fue cambiando. No dejó nunca de ser una niña, pero fue haciéndose una niña más sabia y menos repipi.
AL FONDO DE LA MESA
Al fondo de la mesa y en penumbras
la vermeeriana Merte me regaña.
Ya sabe sus efectos,
sus despliegues
son trampas o algoritmos.
Hoy le deslumbran cosas más tangibles,
el hotel y la cena, mi camisa.
Yo la miro, y a veces
aún no hemos salido de esa playa.
Anteayer cumplió 30 años. Le traje unos regalos, cenamos comida japonesa. Para los postres me dijo que se iba de casa al día siguiente.
Hay gente que lleva fatal lo de cumplir años.
A MI LADO EN LA CAMA
A mi lado en la cama y agotada
la ya borrosa Merte está dormida.
Ya sabe que se va,
que las cosas a veces
se acaban porque sí a mitad de todo.
Hoy es su cumpleaños
y hoy está justamente
más bella que en ningún otro poema,
si quitamos los mocos.
La recuerdo en la playa y en el piso
y en aquél restaurante.
El sendero de pétalos
recuerdo.
Y sé que en unas horas
no habrá nuevos recuerdos.
Dulces sueños, Merteuil,
bonito viaje.
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