Nueve atardeceres de Ibiza. CINCO.
Me llega que por allí os faltan mantas,
que os calentáis con gatos, que el invierno ha caído, despiadado, sobre
vuestras cabezas, siempre desprevenidas. Esta isla también se ha enfriado de
golpe, al parecer. Pero durante todo el día, mientras tenemos luz, queremos ser
incapaces de notarlo. Y quizás porque hoy sí que vamos a echar de menos al sol
cuando se haya terminado de ir, parece que hemos salido todos a despedirlo.
Tres barcos de pesca de buen tamaño que vuelven a puerto, un yate que se va, grupos
arriba y abajo por el espigón, los de las bicis, los que corren, más de dos
docenas de coches que tratan de aparcar, alguna moto y alguna furgoneta. Una
patinadora comiendo un helado. Un avión que parece ascender desde el punto de
fuga del ocaso y que deja una estela casi vertical que pisa las nubes. Y las
propias nubes claro. Hoy no tienen ese aire informe de algodones de azúcar malignos,
hoy son claramente cirros y cirrostratos, cada uno con su personalidad, pero
todos apuntando al Oeste, como el sol, como los islotes, como el avión, como el
yate. ¿Qué habrá en el Oeste?
Como era previsible, en mi quinto
día aquí buscando algo que no está en ninguna parte, lo que quiero es irme un
poco más lejos, a ver si lo encuentro.
29 de octubre de 2012
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