Nueve atardeceres de Ibiza. DOS.
El ocaso me encuentra leyendo
este poema:
“Es verdad tu hermosura. Es
verdad. ¡Cómo entra
la luz al corazón!”.
Y como leo lento y es un poema
largo,
el sol ya no se ve para cuando he
llegado.
Las nubes que lo tapan se mueven
muy deprisa,
pero enseguida vienen otras a
relevarlas.
Hay viento, que ahí arriba debe
de soplar fuerte,
con hambre de kilómetros.
En la tierra es distinto, el
viento ya no es libre
y sólo encuentra obstáculos (montañas,
islas, coches),
un universo de hechos contra los
que tropieza.
Y luego las personas,
que pasean deprisa por el puerto,
que no juegan con él, como las
nubes,
ni tampoco resultan más que un
pequeño estorbo.
La china con dos niños en un
carrito doble,
los de la camiseta, que vienen
del gimnasio,
el anciano que huye, ha visto
tantas cosas.
O puede ser que no y sólo vea la
tele.
Mientras el mar protesta y
levanta sus lenguas
para decirnos algo que puede que
entendamos
cada uno a su modo si es que
estamos mirando,
los humanos se meten en las
casas.
Y el sol, al fin, termina cayendo
casi solo,
ignorado a las faldas de una
nube,
releyendo en voz baja
su antigua cantinela de verdugo que hojea
una condena a muerte.
una condena a muerte.
Es verdad lo que dice,
mejor no lo escuchemos.
26 de octubre de 2012
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