Nunca fijo los ojos al espejo,
precisamente hoy, que no da nada bueno.
Paseo por la casa, que es el baño del Nasti,
los restos del naufragio del domingo:
pegotes en el suelo, sal Maldón esparcida,
vasos fosforescentes con azúcar mohoso,
cocaína en el premio de cristal
que me dieron por nada aquel verano
del que ya no me acuerdo.
Las hierbas han tomado la terraza
y la piso descalzo por ver si siento algo.
El frigo tiene adornos navideños,
esquivo bolsas, cajas, ropa sucia,
un libro de poemas con las hojas torcidas
y los versos revueltos.
La habitación en la que nos gritamos,
ahí estuvo su cuerpo rectilíneo,
tan tangente que ahora es una curva
la cama en la que nunca nos quisimos.
Y prometo no hacerlo nunca más
justo un segundo antes de acordarme
de que hay que comprar hielos y limones.
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