sábado, 2 de noviembre de 2024

Quam minimum credula postero (ni puto caso a mañana)

Como ayer era Víspera de Difuntos, mi hermana me mandó la foto de la lápida con los nombres de Mamá, la Agüe, Papá, por orden de despedida. Al despertar, mi cabeza lo ha enlazado con El club de los poetas muertos. La vería hacia el final de la primavera de 1990 (el cine de mi padre era de riguroso reestreno), uno de los sábados en los que iba con él en el Supermirafiori que compró con la taquilla de La guerra de papá. O seguramente fuera en el Twingo y a Papá ya le pulcreaba el pelo y yo iría de copìloto, tan contento, hablándole como una cotorra de tonterías que a él no le interesaban mucho y tal vez no entendía, cosas de críos. Aún leería, entre semáforo y semáforo, alguno de los tebeos de Marvel que ese día y esa película arrumbarían del todo a favor de la poesía. Jose iba ese día en el asiento de atrás. Sé que la vimos juntos, puede que en los dos pases de la sesión continua, y al día siguiente otra vez, porque Jose fue el presidente del club de fans del Club. 

Aquello le impactó aún más que a mí, porque se ligó a su novia de entonces (otra loca de la peli) recitando el poema de Whitman (“que estás aquí,/ que prosigue el poderoso drama/ y que tú puedes contribuir con un verso”) y, sobre todo, el infalible capítulo 7 de Rayuela (“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano”), con esos prodigiosos graves de rapsoda que le hubieran hecho famoso y que, al final, no usó para nada, para vivir supongo. Cuando se hizo profe, Jose abominaría de esa película por la cantidad de compañeros “flipaos” que empezaban el curso subiéndose a las mesas. Y sí, en fin, pasado el tiempo todo aquello daba un poco de vergüencita y, como todos los ex adolescentes de la historia de la humanidad, renegamos de nuestro pasado de grupis. Pero ese año fuimos del Club. Nos llegó justo a tiempo y nos confirmó en las cosas que entreveíamos, y él empezó a hacer teatro y yo contribuí al poderoso drama con versos espantosos.

Pero no fue en ese coche ni en esa época en donde me metió esta mañana mi cabeza. Fue tan sólo en la escena de la película en que Keating pide a los alumnos que se acerquen a las viejas fotografías para escuchar lo que dicen los que ya no están. Les dicen carpe diem. ¿Qué? ¡Carpe diem! El verso de Horacio ya lo había leído en clase, en mi primera experiencia de literatua comparada con los de Garcilaso (“todo lo mudará la edad ligera/ para no hacer mudanza en su costumbre”) y los de Góngora (“en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”). Y seguro que ya en el libro de texto "me flipó”. Era la época en que yo también empezaba a aprenderme de memoria poemas enteros, con menos éxito que Jose, porque yo no conseguía novia ni nada (ni nada). La glosa del carpe diem de la peli (“cortad las rosas mientras podáis”) iluminó de nuevos arrebatos mi confusión adolescente ya llena de añoranzas. Que la poesía era el camino, pero que no se trataba de llegar a sitio alguno, que todo lo que podías desear estaba frente a tus ojos, en el día de hoy, en ese momento. Sólo había que exprimirlo.

Hace un rato, en el cortísimo trayecto entre la cama y el invernadero-despacho de mi casa, he decidido pasármelo bien escribiendo los veintitantos textos presuntamente insignificantes sobre gastronomía que tenía que haber entregado ya. Y, como calentamiento, me he subido a la mesa de la terraza y he gritado “¡Oh capitán mi capitán!”, pensando en que Jose me habría dicho: “¡chorradas!”. Sobre los tejados, por primera vez, he visto el esmeralda de la cumbre de un monte madrileño que no sabía que estaba allí. Y he recordado que lo de la mesa iba de mirar el mundo desde donde nunca lo miras.

jueves, 17 de octubre de 2024

Qué poquita casualidad

Qué poquita casualidad que desde el 30 de septiembre me acueste y me levante cada día pensando en qué carajo he hecho estos tres años metido en esta vida tan ajena, este rollo de señor importante que quería volver al ático en el centro, todo el rato estresado y enfadado y agresivo, sin ser yo nada de eso. Qué poquita casualidad que fuera el 24 de septiembre cuando la volví a ver y que confirmara en mi cabeza que es todas las cosas que parecía (una micra, un neutrón, un paramecio, un mocrochip nipón). Qué poquita casualidad ese concierto de La casa azul del 11 de octubre tan estimulante como un primer beso y las lágrimas en "se acabaron los líos, las prisas, la mediocridad" y luego ese primer beso con E., tan efervescente como unos acordes de pianito proustiano. Qué poquita casualidad que el 19 de septiembre de 2021 me dejara porque no tenía dónde caerme muerto y se me olvidara que si estaba donde estaba era porque no tenía ninguna intención de caerme muerto todavía; que este último laberinto arrancara con aquel mensaje del 19 de octubre de 2021 (“dirijo una revista”) que en ella tuvo el efecto que no era y a mí me sirvió para empeñarme (como un asno) en construir este imperio de mierda a la medida de sus estrechas ambiciones, sólo para demostrarle (demostrarme) lo que había sabido siempre: que si no lo hacía era porque no quería. Qué poquita casualidad que hoy este sol desleído de otoño haga brillar como gemas los charcos sucios de la terraza y que ahora lo pueda ver. Qué poquito es casualidad.

martes, 24 de septiembre de 2024

La reina de los goles en propia puerta

Podrias haber sacado lo que traías al fondo de la garganta desde que me has visto. Haber aprovechado para tener esa conversación ensayadísima en nosecuantas noches solitarias. O, tal vez, poner la papeleta en dormir mejor con un mirarnos a los ojos y decirnos "me alegro de verte", "creía que estas fiestas no eran lo tuyo", "te queda bien esa camisa", "pues tú le quedas fenomenal al reflejo de la piscina". 

Ni cotizaba lo de los mínimos de educación y empatía: cuando me he acercado, sabía que no había muchas posibilidades de que nada se hiciera pensando en cómo me iba a sentir yo. Pero ¿y pensando en cómo te ibas a sentir tú? Pues tampoco. Porque eres la reina de los goles en propia meta y tienes un catálogo completo de argumentos, muy buenos argumentos, para tirar a la basura a quien te quiera tratar bien. Entonces y ahora, esta noche también. Porque las sombras de tu cabeza te dicen que eres una mierda y te mereces que no te traten bien, que no eres el pibón que tendrías que ser, que no has conseguido nada de lo que el mundo te debe, que no te quiere nadie ni hay ningún motivo para que te quieras tú. Así que, adelante, sigue con la gente que se acerca porque eres una presa fácil y aleja a los demás, que te lo ha dicho una sombra, la de nosequé exnovio yonki o camello.

Hace tiempo que todo eso es problema de tu gato, pero, aún así, ojalá que me hubieras preguntado. Yo sí que solía saber qué mereces y por qué. Pero no va de eso. Va de reirte de mí con tu amiga xulísima, con un que se joda detrás de cada risita, vaya pavo más ridículo, jaja, tía. Esa amiga que a esta hora ya se ha disuelto mientras tú fumas un porro detrás de otro a ver si mi cara también se evapora. No lo pienses, no imagines el calorcito de haberme mirado a los ojos y decir, eh, yo también quería saber qué pasaría la próxima vez. A estas horas, puedo verte, estarás con las sombras familiares que te explican que no te lo mereces, que no te mereces nada, que lo mejor es que sigas cavando, que al fondo del pozo de los buenos argumentos todavía hay sitio.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

El microrrelato que no ganó el premio

Sueños cumplidos 

Entraba tan ansioso a las oficinas de la Academia de Bellas Artes de Viena que casi derriba al sorprendido viajero en el tiempo. La sonrisa le iluminó la cara cuando leyó su nombre en la lista de admitidos al próximo curso: Adolf Hitler.

miércoles, 17 de julio de 2024

Apagando sus voces

van los últimos perros de la noche.

A lo lejos alguien tose.

A lo lejos.

Por fin es todo manto y todo lento

en el pueblo.

Y se cierran los ojos.

Con sutiles llamadas te convoco;


(pelo de ducha,

espalda lienzo,

risa de Bar Boteo).


Traigo la noche

en que, no sé de dónde,

volverás, ah, a mí,

te sentarás enfrente,

sonriendo,

te acunaré en mis brazos,

iremos a una fiesta

y bailaremos mal.

Y será como entonces, 

como siempre jamás.