lunes, 15 de julio de 2002

VAMOS PALLÁ

Jueves de hace dos semanas: nos cogemos un pedo tremendo el dire y yo en la fiesta cubana. Me dice que ve que tengo mucho futuro (una sola vez) pero que no se puede ser tan lento, que no se pueden entregar las cosas dos semanas después, que la calidad en este trabajo es la rapidez, que un redactor que tarde quince días en entregar un reportaje no es rentable, que cuando sea colaborador tarde lo que me dé la gana, a ver de qué vivo, que... (durante veinte minutos ininterrumpidos). Vale. Cogido. Se pone a departir con alguien de la organización y yo hablo con la churri más cercana. "Preséntame a tu amiga". "Es mi madre". Coño, qué mal ando de la vista. "¡Pues cualquiera lo diría!". Se va el jefe. Se va la chica, me invita a una rueda de prensa al día siguiente. "Oye, y porque no vuelves y nos vamos a tomar algo". "Vale, dejo a mi madre y vuelvo". Me quedo hablando con una amiga suya que no sabe dónde irse de vacaciones. "No hay nada como echar un polvo en una playa cubana, pero no te lleves a tu novio, claro", le recomiendo. Frase incorrecta. Me voy al baño. Me encuentro con el relaciones públicas de un bar de moda en el que hicimos una fiesta de la revista en la que trabajaba antes. Delante de mi hermano dijo aquella vez: "a ti te conozco de otros ambientes". Mentira podrida, pero no me iba a poner a desmentirlo en ese momento tan peliagudo. Pío, pío, que yo no he sido, disimulamos. Al rato lo repitió delante de la relaciones públicas de la revista. Le enviaron una carta para quejarse de eso y otras cosas. Yo dije claramente que no quería que esa historia tan tonta apareciera en la carta. Ni puñetero caso, quitaron mi nombre y la mandaron. Fue el día que conocí a Ana la Cocainómana, cuando su amiga me preguntó si era gay antes de presentármela. Al parecer la historia se difundió por toda la fiesta. "Es que ahora no hay ni un chico soltero y que esté bien que no lo sea". Luego Ana me aclaró que, según ella, el que no lo era, era aficionado a los tríos o a los intercambios. Hay gente que se encuentra con gente más rara que yo. El caso es que el jueves acabé haciendo las paces con este chico y me invitó a ir a Cuba con él y unos famosillos. Maravilloso. Lástima que justo esa semana me vaya a poner enfermísimo. Cuando volví dentro, no quedaba nadie y estaban barriendo. La churri aquella me había llamado al móvil para decirme que no venía. La otra se había escapado sigilosamente. A ver, lógico. Así que ¿para qué irnos a casa? Llame a mi amigo Rafa el sumiller, y me fui a buscarle a un bar en el que me metí el primer trozo de tripi de mi vida (digan lo que digan por ahí). No sé, no fue nada, un poco exaltado y un poco pedo, ná más. Acabamos, a eso de las seis, en un bar boliviano casi cerrado. Una panda de chavos intentaban, con cierto éxito, meter mano a un grupo de españolas aficionadas al baile y al sexo con americanos, actitudes admirables, pero no por mí ni en ese momento. "Oye tú, que aquí nos van pegar un tiro", "pero si se llevan todos muy bien, ¿no ves como se quieren?", "ya, pero si entra la banda rival por la puerta y empieza la balasera no van a preguntar si somos de la banda o no". Intenté entrar en el baño, pero había una pareja follando evidentemente contra la puerta. Entre en el otro, que tenía un cesto con unas tizas para escribir en las paredes y puse algo así como "cabrones, os voy a dar pal pelo" u otra frase agresiva estilo South Park. Cuando salí, el camarero entró detrás y supongo que lo leyó, así que cuando nos íbamos se disculpó, según Rafa, por los follarines del servicio. Se encogió de hombros, movió las manos con cara de pena y balbuceó "speed". Lo intentó otra vez "el speed". Cuando iba a por la tercera, dijo Rafa: "ya, ya, el speed". Lo que une la noche, cómo nos entendemos todos. Mi Crispi estaba de guardia, así que decidí llamarle y presentarle a Rafa. "¿Qué? ¿te hemos despertado?". "No, salgo ahora de trabajar", "coño, ¿y a qué te dedicas? ¿eres puta?". La famosa sutileza de Rafa. Recuerdo aquella Semana Santa que pasamos en Salamanca para que yo me olvidase del feo abandono de Ana Punto, mi lectora. Tuve que esquivar al hermano de una joven a la que llevamos a casa de la abuela de Rafa y que decía que la había violado en el suelo del baño. En fin, 100% de probabilidades de que no fuera cierto, pero así es Rafa, que se pasó una hora en el baño con aquella chica, que el caso es meterse en líos. Como nos lo gastamos todo en cerveza, el hijo de una amable vecina nos traía sopa y otras viandas baratas. Pero como Rafa le llamaba chacha ("oye chacha, que ya hemos terminado, que te puedes llevar la olla") nos quedamos sin comida gratis. también es el mismo tipo que me mantuvo en Londres durante dos meses (el tercero me mantuve yo como pude) y que se gastó todo mi sueldo de una semana (con el que me pensaba independizar de él) en un ratito que pasamos en un bar gallego. Fabada, dos botellas de vino blanco, callos y no sé cuantas cosas más a precio de beluga. Le perdí la pista durante demasiado tiempo, creo que desde el 97, y hace unos meses me le encontré por casualidad en una callejuela. Iba en su moto, y de paquete llevaba a un catalán que estuvo con nosotros en Londres aquellos tres meses. Casualidades. Pero lo primero que hizo fue llevarme a un bareto en el que me clavaron mil duretes por cenar. Liante es la palabra. Ahora, le han dado una columna de opinión en una revista de gastronomía, y quiere que se la haga yo. ¿Pa questán los amigos? Le he dicho que vamos a hacer historia, que vamos a revolucionar el periodismo gastronómico. O eso o quedarnos en casa, nada de medias tintas.
Llegaba a casa a las siete de la mañana y llamé a Cris para decirle unas cuantas guarradas que, por fortuna, ya no recordamos ninguno de los dos, qué bien que las palabras se las lleve el viento. También le conté lo de la chica que había conocido y que me había llamado al móvil, edulcorándolo convenientemente para no quedar fatal y que no se vieran mis malas intenciones. Sentado en la terraza, hablando a gritos por el móvil, pedo perdido, le pregunté si yo estaba tan bueno como para producir ese efecto. Me dijo que no, que para nada, que lo que pasaba es que como tenía un trabajo interesante, quedaba muy bien para contárselo a las amigas. Y vuelve a por otra, gilipollas. Es que no se puede ir tan sobrao, que la pobre Crispi también tiene su corazoncito.

El viernes creo recordar que fue cuando conocí a mis sobrinas nuevas. La niñera rumana era de peli de la Gestapo, pero las niñas no están mal. Sólo que ahora no saben hacer nada y son un rollo.

El sábado me habían preparado una cita en mi ciudad natal con un constructor que quiere denunciar a unos funcionarios por que le quieren cobrar unos kilitos de nada de comisiones. Le aconsejé que se comprara un micrófono para unirlo a la grabadora que ya tenía y se lo puso en el reloj. Ya está grabado, ya están en el bote. Sólo hay que esperar a que solucione su asunto, pagando o sin pagar y luego, a publicar el reportaje. Le recomendé que antes de hacer justicia, se asegurase lo suyo. Que la historia es muy golosa, nunca he hecho algo así, pero uno tampoco es un buitre. Que se sepa.

Por la noche, reencuentro con mis amiguetes. Le dije a Fer, el médico, que tenía algunos problemillas sexuales ultimamente. "¿No se te levanta y sigues tomando pastillas?". "No es que no se me levante, es que antes funcionaba como un reloj y ahora no tanto". "¿Como un reloj? ¿O sea que salía a las en punto y a las y media y soltaba unos chorritos?". Después de recabar la opinión médica decidimos ir a por unas pirus. Luis ha vuelto a casa después de tantos meses golfeando por Gijón. Así que hablamos de un tema que le tenía guardado hace tiempo. "Vamos a ver, todo el puto año dando el coñazo con que para enrollarse con una tía hay que hacer esto y esto y esto, que si hay que ir por libre y no en grupo, que si hay que ser más enrollado, que si patatín y patatán, y resulta que me dice Patricia hace unos meses, que lo que pasa es que tú estás bueno y tienes morbo. ¡O sea que todo ese coñazo, y en realidad eres un inútil que estás bueno! A mí no me vuelves a dar un consejo más". "La verdad es que tienes razón. Y tiene mérito lo tuyo siendo tan feo como eres". Fue una noche de reencuentro plagada de hostilidades. Tanto que no pude salirme del papel y me puse borde con un portero de discoteca, con el consiguiente peligro para mi carita.

La mañana de aquél domingo fue bastante pesada, con una vuelta a casa llena de arrepentimiento por parte de todos menos de mí. Aún así, dejo las pirulas... para ocasiones muy especiales. Me decía hoy Cris que eso ya lo había dicho antes. Pero no, antes dije ocasiones especiales, y ahora, ocasiones MUY especiales. Es que de las especiales las hay casi todos los días. Aprovecho para deciros que las pirus son malas. Lo principal es que seguro que me están jodiendo el cerebro, aunque nadie haya notado la diferencia. Pero de lo que estoy muy seguro es de que:
a) te crean problemas de sueño, no soy capaz de dormir por la noche y no soy capaz de llegar antes de las doce al trabajo, cuando debería entrar ¡a las ocho! ¿Cuanto más duraré así en el trabajo de los sueños de tanta gente, como lo definió mi dire el otro día?
b) te crean disfunciones sexuales. No me preocupa todavía, pero podría llegar a ser una putada. Además, no te apetece enrollarte con una desconocida, ni entrar a nadie en los bares. Estás en tu mundo.
c) acaban volviéndose una diversión triste y obsesiva. Si no tienes pastis parece que no te vas a divertir. Cuando llevas tantas, ya no es tan fuerte ni tan divertido.
d) un paranoico pastillero acaba convertido en una redundancia.
Que conste que creo que hay que saber usarlas y entonces sí. Mi edad y mi formación no están mal para este tipo de cosas, y al principio las usé como un método para conocerme. Pero no tengo suficiente voluntad, como casi todos. Así que, sólo para festivales, mi viaje a Amsterdam y ocasiones en que todos las tomen, celebremos algo y no haya moros en la costa del día siguiente.

Toda la semana escaqueándome. No puede ser, ya no tengo edad. Un día que llegué brutalmente tarde, me puse el traje, para que pareciera que venía de una rueda de prensa o para imponer más respeto y que nadie se metiera conmigo. Son trucos peregrinos, que más o menos funcionan, como escaparse del cole andando hacia atrás (como en los tebeos de Mortadelo), encabezar la chuleta de economía escrita en la mesa con un "sociología" que despistase al profesor, añadir a una M de mal que me había puesto en un examen autocorregido una B para que se quedase en MB (muy bien) y contarle al Cid Cateador que es que eso era lo que se ponía en el colegio al que iba antes, con la consiguiente bronca –odiaban el colegio del opus al que iba el año anterior, me odiaban a mí–, vomitar por toda la casa y explicar que lo que me había sentado mal de las doce botellas y el queso que nos habían regalado por ganar el concurso vestidos de nube, era el queso, utilizar el chantaje emocional y sexual como ÚNICA forma de comunicación con mi pareja... Y etcétera. No puedo pasarme la vida escaqueándome, usando sucios trucos infantiles. Un día me pillan.

Este jueves se cumplían diez años desde que se fue mi madre. Lo que daría porque me acariciara el pelo, con la cabeza apoyada en su sofá. "Ay, Felipito", me decía. Y no, no es mi nombre. Es el del amigo de Mafalda, que leía tebeos, vivía en otro mundo, tenía dientazos y nunca nunca hacía los deberes.

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