la puta realidad y los gestos simbólicos
Salí de currar a las 22,30. No me había apetecido escribir en el blog en todo el día, aunque estuve intentando obligarme. Las brujas me esperaban para hacerme varias observaciones sobre mi habitación: las cajas no pueden estar en medio, pero tampoco puedo meter su contenido en el armario, porque tiene que enseñarlo por dentro (¡?), sí, sí, lo que tú digas, ya me ocupo (que venga jarri poter, por favor), yo no voy a poder alquilar esta habitación así, con ceniza en el suelo, ¿dónde? ah, esa motita de ese rinconcito, mira que tengo buena vista, pero la suya es prodigiosa, sí, sí, lo que tú digas, ya me ocupo, y he visto que la persiana, y he visto que en el armario, y he visto que hay una mancha... deberíamos pagar la habitación a pachas, se pasa más tiempo que yo en ella. Me despierto con un bolero, sabor a mí, pasarán más de mil años, no pretendo ser tu dueño, soy tan pobre, que otra cosa puedo dar... y yo me pregunto ¿el tiempo es circular? ¿habrá alguna emisora de chunda chunda por las mañanas? El baño está copadísimo, ya llego suficientemente tarde y me voy sin afeitar y sin duchar. Voy al banco a ver si quien se haya encontrado mis tarjetas de crédito (perdí una el miércoles y otra el viernes) ha tenido la feliz idea de desvalijarme. ¡Bien!, no. Pero sólo tengo 20 céntimos en el bolsillo y no me quieren dar dinero. Probablemente porque tengo el DNI caducado, el pasaporte roto y no me he afeitado ni me he duchado ni sonrío. Una pequeña negociación y tres ventanillas después consigo pasta.
Cambio. Llego al trabajo. Voy a la máquina de cocacolas. Meto una moneda de 50 céntimos y saco una light. Meto otra y la abandono ahí. Estás invitado.
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