si esta bien, si esta bien, si es tan fácil,
¿por qué duele así, porque duele así, porque duele así por dentro?
(LOS PLANETAS)
Todo el día dándole vueltas y vueltas. Estoy desquiciado, absolutamente fuera de control. Y no lo entiendo. No entiendo nada. Yo no era así. ¿O sí?
Así que un poquito antes de que se me desenrosque la cabeza y a tan sólo unos minutos de que empiece a vomitar todos esos pistachos voy a parar, templar y mandar, a intentar sacar una generalización de todo esto. A alejarme de Ella y acercarme a mí para comprender. Porque este ataque de pánico no puede deberse sólo al miedo de perder la maravilla de sus ojos de estatua. O sí. Pero yo me voy a inventar una teoría que me explique y me deje más tranquilo.
Veamos. Anoche hablaba con bob y me decía que la gente no te abandona así de repente, que eso no pasa y no me va a pasar. Pues a mí me ha pasado todas las veces. Hum. Recuento (con algo de sexo, para los que se quejaban de que esto parecía la hoja parroquial)
Sara creía que nunca iba a tener otro novio. El anterior la ataba y más cosas con hortalizas. Con 19 años no sabíamos lo que eran esos juegos. Yo pensaba que él estaba loco. Y de repente descubrió que conmigo le apetecía todo lo que pensó que nunca más volvería a hacer. La tarde que la conocí dejó caer uno de mis zapatos en el váter de un bar y tiró de la cadena. Eramos monísimos. La besé en su portal a la semana siguiente. Me metía mano por debajo del pantalón en las terrazas de la Plaza Mayor. Luego subió conmigo a casa de mi primo. Se quitó la falda, la blusa de flores, las bragas, se dejó el sujetador, se apoyó sobre la puerta. La besé. Se tumbó en la cama. Me arrodillé sobre ella. Me acarició desde abajo. Llamó mi primo. Que subía. El cabrón no fue capaz ni de darse una vuelta de quince minutos. Luego llegó el verano y me llamaba al pueblo y me vino a visitar y para septiembre decidió que ya no me quería ver nunca más. Reconozco que no debería haberme dolido, probablemente no lo hizo. Por aquél entonces yo tenía la novia de la capi, Sara, el rollo del pueblo y la novia de Bilbao. Pero soy codicioso, y luego volveremos sobre ese tema.
La innombrable estuvo siete años y medio soportándome (y parándose sutil y constantemente en los escaparates de Pronovias cada vez que nos cruzábamos con uno) hablándome del talento que tenía, de lo diferente y lo aventurero que era y de cómo me brillaban los ojos cuando leía poesía. Y luego decide que soy un vago, que nunca llegaré a nada y que no quiere hablar conmigo ni para felicitarme la navidad. No insistiré más en el tema, que ya está bien.
Meri se lió un ratito conmigo cuando la innombrable y su amiga se fueron de la fiesta para buscar a sus ex novios. Vale, yo en ese momento no sabía dónde habían ido, pero al final fue justicia poética. Estaba encantada y medio desnuda cuando llamaron a la puerta. ¿Qué haceis? -preguntó otra amiga cotilla- ¡Nada, le estoy leyendo un cuento!. Al tercer día fue "mejor que no" y nunca volví a quedar con ella.
I me metió la mano dentro del pantalón en la primera noche. Bueno, en los primeros cinco minutos. Y en el coche de su hermano, mi amigo. Y con él conduciendo. Y nos fuimos a casa. Y me dijo que nunca había sido tan tierno. Y para la siguiente vez (como le contaba a almu el otro día) "¡¡¡tuvimos un rollito sado maso!!!". Justo después de que ella me bajase los pantalones y se arrodillase en el ascensor. La eché de la peluquería de mi ex unos veinte minutos antes de que llegase, perdona, cómo pasa el tiempo, pero juraría que se fue contenta. Así que no podía entender por qué no quería quedarse a solas conmigo en la siguiente fiesta en que nos encontramos. Sólo la he visto otras dos o tres veces.
Ana (hola Ana) me escribió dos cartas de amor que llevo en mi corazón (porque no sé dónde las he puesto) después de que nos enrolláramos el día de la noche que me fui a Londres a vivir. Después de tantos años recordándonos más o menos en la distancia, aquéllo prometía. Y sin embargo cuando volví me dijo que se le había pasado. Y estuvimos unos dos años más sin hablarnos. (por cierto, la semana pasada me dijo Merche, mi ex, que a cualquier novia a la que le hablase de ti se iba a poner celosa -empíricamente cierto- y que estaba destinado a acabar contigo -inexacto, pero bonito-)
(vamos a saltarnos rollos veraniegos, como la de Vigo que depositó el sujetador 120 sobre la cama de mis padres, que me dio un beso nada más verme la siguiente vez, y luego decía no conocerme, o a algunas otras chicas que alegaron al día siguiente que estaban borrachas, como Pascale, de la misma talla, porque si no esto se va a hacer muy largo)
MJ me llevó a casa en coche tres veces hasta que me decidí a besarla. Dos meses y desapareció con su ex novio, también conocido por ella y por mí como "el sicópata". A partir de entonces, sólo encuentros casuales. Eso sí, se esfumó elegantemente. Pero porque ella lo es. Y no sólo por su talla pectoral. Siempre he sostenido que unas tetas bonitas confieren un plus de elegancia en cualquier situación y ambiente. Pero ella tiene algo más, algo así como una distinguida dignidad soterrada, que le aparece mientras te explica con su sonrisa melancólica su último coscorrón contra los mismos muros. Claro que es ella la que los busca, de cabeza.
Merche, la de la tele, no cuenta. Le hice una entrevista, la emborraché (mucho) y me enrollé con ella y seguimos tres meses sin seguir y terminamos antes de terminar. Se supone que era mi novia, pero le molestaba que la viniera a ver a Madrid. Le fastidiaban mis cartas de cinco folios. Nuestra única relación sexual consistió en que la empecé a acariciar, terminó, se dio media vuelta y me explicó que mi cama estaba en la habitación de al lado. Lo cierto es que también desapareció una temporada tras ponerme a parir y decirme lo que siempre me dice: no puedes seguir así toda la vida, tienes que hacerte con una casa, un coche, un perro, una novia, un trabajo decente y etcétera.
De ahí vamos a pasar a Ana la cocainómana. Estuvo tres noches drogándome antes de que me decidiera, el miércoles me dijo que me quería. Era la segunda vez que dormí con ella y sentí que me había enamorado por primera vez, a mis 28. El martes me había instalado en su casa. El domingo me sacó las cosas a la puerta. No se volvió a poner al teléfono.
Ana la multiorgásmica me dijo que me quería antes de conocerme. Me besó antes de preguntarme el nombre, nos acostamos antes de terminar de enseñarle la casa. Conmigo había roto el bloqueo desde que lo dejó con su novio. Había sido muy dulce todo y también muy maratoniano. La tercera vez que nos vimos pensó que igual no, que no estaba preparada ni para un amante, que mejor no nos llamábamos.
Cris lloró cuando la llamé después del fin de semana. Lloraba por haberme encontrado, todo lo que veía a su alrededor le parecía bonito, ya lo conté. La semana pasada le mandé un mensaje: "estoy cenando atún de almadraba, y no sé por qué me estoy acordando de ti :P". Un guiño amistoso al que por supuesto no va a contestar, como tampoco me ha llamado ni una sola vez desde que decidió que fuéramos amigos.
Z me eligió para ser el segundo chico de su vida. La noche que la conocí hicimos cosas que ahora probablemente la avergüencen. Hicimos también planes, como el de irnos al Caribe. Quién sabe por dónde andará. Bueno, sí, anda por mi mismo edificio, pero la última vez que quedamos en vernos no cogió el teléfono ni contestó a los mensajes.
Y dicho todo esto sobre inesperados abandonos repentinos, aquí vienen las conclusiones sin concierto. ¿Es normal todo esto? Pues a lo mejor sí, a lo mejor es lo que suele pasar y la gente se lo toma más o menos bien. ¿Por qué yo no? ¿Por qué necesito que me quieran antes, durante y después? ¿Me falta cariño? No. Tengo. Pero soy avaricioso, quiero más y más y acumularlo, quiero el tuyo y el tuyo y el tuyo, y a lo mejor eso no puede ser. A lo mejor hubiera estado bien buscar sólo el tuyo, trabajarlo cada día. Puede que sí, aunque no suelo creerlo, me inclino más bien por que la pareja es un cuento. Pero quizás sea yo el equivocado. "Quitar codicia, no añadir dinero/ hace ricos los hombres, Casimiro", escribió Quevedo versioneando a un poeta latino. Pues eso, Casimiro, que con la codicia de cariño a lo mejor tampoco.
Y vámonos un poco más allá. ¿Por qué ese pánico a las pérdidas, a que la gente a la que quiero desaparezca del mapa sin despedirse? Es más, ¿por qué tengo esa sensación fatalista de que impepinablemente me va a pasar? ¿Qué otra pérdida he tenido? (¿voy bien, miguelito?) (es mi sicólogo). Mi madre. Mi madre se fue sin despedirse cuando más nos queríamos. Cuando todo era perfecto y yo era indestructible y capaz de todas las cosas. Y tenía 19 años y acababa de tomar todas las decisiones importantes:
nada de cosas materiales,
escribir, no importa quién me lea,
conocer,
disfrutar,
amar,
afeitarme de abajo a arriba,
no llevar ropa interior cuando me ponga vaqueros
y, en caso de duda, contra corriente siempre.
La noche antes le pregunté si quería que la trajera algo. ¿Un regaliz? No, con la cabeza ¿Una revista? No ¿Qué te escriba un poema? Sí, con una sonrisa. Luego me quedé en casa, no sé por qué, aunque había quedado con Sara. Era raro, no sé por qué lo hice. Y de pronto el oxígeno al máximo no fue suficiente y se ahogaba y tenía los ojos cerrados y salí a la calle corriendo de portal en portal, buscando un médico, en un barrio de médicos que ya no estaban en la consulta. Llamé a todos los timbres, dentistas, especialistas, vecinos, mientras mi madre se moría arriba.
Y no pude hacer nada. Ni tampoco fui capaz de darle un beso en el hospital, ni pude llorar durante meses.
Y luego cuando me dejó mi ex me pasé un año y medio en una nube. Una estúpida nube negra. Da igual que supiera que era mucho mejor para mí terminar, la mejor cosa que podía hacer con ella. Pero no quería que me dejara de querer. Lloraba en los bares, pasaba las noches en blanco, empecé a fumar, escribía cuentos sobre mi propio suicidio, salía a gritar a la terraza.
Luego puede que siempre me haya engañado, me haya agarrado con desesperación a relaciones que no, puede que sea eso por lo que nunca he podido dejar a nadie, por lo que siento pánico si veo venir un abandono lógico. ¿Voy bien por ahí, miguelito? ¿Era eso? ¿He encontrado una respuesta o sólo me lo estoy imaginando? Y ahora que lo tengo, ¿qué? ¿Qué hago?
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