Si os he de ser sinceros, tenía pensado echarme una siesta en el baño con esta media hora que me sobra. Vengo del Casino, de comer la tortilla del siglo XXI del pesao del Adriá sin mancharme, qué mayor, y de beber por este orden Valbuena, Marqués de Riscal, Barón de Bilches, Marqués de Riscal, Marqués de Cáceres, Marqués de Riscal, Viña Nosequé (estaba ya como para). Todos reservas y gran reserva, así que si no me he ganado la siesta yo, no se la ha ganado nadie. Pero me he puesto a leer a chatín y me le he imaginado leyendo mi post del lunes y, quizás, poniéndose triste sin motivo, bueno, con todos los motivos que él tiene. Y como todos somos perdedores y todos somos aves fénix y todos descubrimos sólo en cabeza propia que los problemas sólo lo son de verdad cuando se convierten en obsesiones (lo cuál lleva implícita la receta para deshacerse de ellos) he pensado en contar mi noche de anoche para que se eche unas risas o se distraiga o algo, y se salve un ratito de lo que le martillea. Va por ti, maestro.
Veamos. La cosa empezó cuando V la belga me invitó a la inauguración de la exposición de su amiga. Calibré el momento, la oportunidad (partido del Madrid-Madrid en todos los bares) y los contras (porcentaje de chicas asistentes a las que les gustan las chicas) y decidí que era una buena idea echar un vistazo a todas esas artistas con abrigos de fantasía hasta los pies. La cosa empezó bien, vino de Rioja, palomitas y unas obras raritas que daban para lucirse. "A ver, tú ponte delante de la instalación. Empecemos por el olfato. No huelas los cuadros, huele la idea del conjunto. Ahora el tacto, el oído, el gusto y por fin la vista. Ahora únelo todo". Se me ocurrió un día con Jose, que es un cenutrio que se pasó una exposición entera diciendo "eto que coño é", y funciona siempre. Luego fuimos a cenar a un loft escondido en una especie de garaje cerca de la casa de almu, a la que abrasé a llamadas. Mmm, ¿qué estaría haciendo?. Todo era estupendo hasta que llegó la cuenta. Hasta entonces estuvimos hablando de política, que ya sé que está prohibido, pero bueno, era lo que había. Enfrente estaba un gallego nacionalista antinacionalista que decía que no. Así, en general. Y en particular que no, que la base del nacionalismo no es el etnocentrismo sino un deseo de contar con gobernantes cercanos. Ya te digo. Precisamente de eso se habla en los mítines. De todas formas, a lo mejor sí que está eso en la cabeza de los votantes, pero no en la de los votados. Más vino, por favor.
Los cuatro que quedan siempre (¡sí! ¡estaba yo!) se fueron a un bar. Hablé con la artista, que me parecía superinteresante. Y mona. E interesada. Luego me presentó a su hijo, que me sacaba cabeza y media y puso su silla inquietantemente cerca mientras la chiquilla me explicaba, con la voz de Elvira Lindo y algo de su presencia, que todo el mundo y ella misma veía en sus cuadros y esculturas pollas en erección y coños y artilugios y yo intentaba cambiar de conversación, ejem. Luego todo lo que hablaban V y ella sobre religiones, la culpa como fuente de los males de nuestra sociedad y el materialismo acumulativo como intento fallido de alcanzar la felicidad me resultó tan cierto y tan revelador que me resulta sospechoso hoy mientras lo intento recordar.
Luego buscamos otro bar por La Latina. Encontramos uno abierto en la calle Segovia. Pero vi, un poco más abajo, un neón que me hipnotizaba, que me llamaba por el nombre con el que sólo saben llamarme los líos y vociferé "¡ese, ese, ese!". Se llamaba La Noche. Creí que nada podría superar el piano karaoke del Tony 2 al que me llevó Noe, pero sí. La Noche son los dominios de un grupo de señoras mayores, algunas de más de sesenta, chavalines de cincuenta, un conductor de Alsa y un clon de Carlos Latre teñido de rubio. No había nadie que no estuviera tambaleándose. Bueno, sí, un enigmático señor de pelo blanco envuelto en humo de pipa en un rincón, el demiurgo, supongo. Nada más entrar nos dio un ataque de risa. Me pasé todo el tiempo intentando contener las carcajadas, más que nada para evitar linchamientos. Ellas, más que bailar, mantenían el equilibrio y ellos intentaban poner la mano más arriba o más abajo. El Latre falso se caía de vez en cuando sobre los sillones de ciertopelo rojo. La música era el Fary, la Pantoja, pachanga de bailar en grupo, todo acoplándose continuamente. Había decenas de focos de colores, bolas de espejo, tiras de luces de árbol navideño, y, como quiera que el local estaba cubierto de espejos, el fulgor parecía la iluminación de Eyes Wide Shut, terminaba por hacerte entrecerrar los ojos y aumentaba la sensación de que no nos habíamos metido en un bar sino en un sueño raro. De pronto, todo se aclaró, salió el artista, Tiny Ferreiro, primero con un disco de fondo y luego con su guitarra. Él cantaba cosas como La romería de Victor Manuel, pero el público era todavía más bestia y le pedían canciones como Paquito el Chocolatero. Él, cada vez que cogía aire entre estrofa y estrofa decía: "¡puta madre!" y al final de cada canción soltaba el mismo discurso: "nos lo estamos pasando de puta madre, de puta madre, de puta madre". Y la gente aplaudía mogollón. Sus otras frases estaban dedicadas a zaherir a cualquiera que se metiera en su escenario, que no era otra cosa que un trozo del bar sobre el que él había trazado una línea imaginaría. "A ver, el cobrador del autobús, que no se ha enterado de que ha empezado ya el espectáculo". El Latre entraba de vez en cuando y se caía y le sacaban. Fui al baño y el de Alsa le guiñaba el ojo a V y se agarraba a todo lo que se movía. Allí me encontré con un tipo, supongo que en tercer grado, que me pidió perdón por tener la puerta cerrada. "No es por -y me gesticulo con todo lujo de detalles una sodomización-, es por -y me gesticuló lentamente cómo le ponían una navaja al cuello y se lo rajaban de parte a parte-". "Sí a estas horas no te puedes fiar" (y yo ya mearé en casa). No podía ser fruto de nuestra imaginación. Nadie tiene tanta imaginación.
Ahí fue, cuando me senté, cuando no pude más, tenía los labios morados de mordérmelos y se me empezaron a caer unos lagrimones. Lloré de risa, me retorcí, no podía más, me dolía todo. V tampoco. Asi que antes de que acudieran todos, como en la peli de los ultracuerpos, a por nosotros, decidimos irnos. Nada más llegar a la calle empezamos a desternillarnos y ya no pudimos ni decirnos adios antes de entrar en el taxi. Me encanta Madrid. Estoy deseando cumplir los cincuenta para hacerme habitual de La Noche.
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