PEGGY SUE SE CASÓ
Me gustan las películas de viajes en el tiempo. Hasta las de Van Damme. Me chiflan especialmente las de aquellos crononautas que visitan su pasado y arreglan todo lo que hicieron mal, aunque estén llenas de paradojas y no tengan ningún sentido. Yo no es que fantasee mucho con eso, pero a veces me gustaría haberme despedido de la gente que he perdido de una u otra manera. Incluso de los que sí me despedí. Porque los adioses, si se dan, se dan siempre justo al final, un instante antes de la separación. Y esos no me valen. Porque lo que yo quisiera es haberme despedido en el momento en que tú eras tú y yo era yo y nuestro amor estaba intacto. Entonces sí que me hubieras entendido y sí que habría tenido cosas que decirte. No sé, despedirme por ejemplo en una de nuestras últimas juergas hilarantes del amigo al que no sé por qué dejé de ver, decir adios a aquella chica en uno de los últimos ratos de cama sin preguntas, cuando todo estaba bien y todo era deseo y planes. O a mi madre en uno de sus últimos paseos por el pueblo o a la tia Carmen cuando aún conservaba esa memoria prodigiosa de 90 años. No cuando todo se ensució de lágrimas, odio o indiferencia o cuando el fin se nos echaba encima, sino en nuestro mejor momento, cuando aquél instante parecía indestructible.
El lunes se me ilumino esta mente de chatarrero y vi diáfanamente lo que va a pasar. Calcule los tiempos y el proceso, cómo y cuándo me iba a quedar sin Selina. Y decidí despedirme. Sin motivo aparente, claro, porque era una tarde tranquila después de un día feliz, y estábamos tumbados en la cama y nos acariciábamos y nos mirábamos a los ojos y nos brillaban los ojos. Le conté algunos secretos, le revelé que la espío cuando anda por la casa, le expliqué cómo siento sus presencias y sus ausencias, cómo disfruto tanto del viaje juntos en autobús o en avión como del sitio al que llegamos, qué poemas y qué canciones son sólo suyas, cómo me ha ido enganchando esta relación poliédrica llena de bandazos y cambios que la volvían distinta cada pocos meses, en qué cosas me ha hecho digievolucionar y de qué estoy más orgulloso, cuáles son los hitazos de estos últimos dos años. Porque se cumplen dos años de aquellas absurdas noches malagueñas y yo lo único que quiero es que las recuerde y no haga nunca como que no existieron. Porque yo sé que las recordaré y no quiero ser el único. En lo demás estaré solo, no se lo he ocultado, y me esperan tiempos difíciles que quizá no entenderé, porque no creo que pueda volver a encontrar mi cosa-rara gemela. Para una carambola como ésta hay que entrenar mucho y yo cada vez soy más burro y aprendo menos, así que no creo.
Ella se puso a llorar, juraba que después de esa conversación no iba a pasar nada de eso. Calculé que se olvidaría de ella a los tres días. Ha tardado dos. Quiere que pasemos más ratos juntos, que luche por ella (eso le gustaría, los dos peleando por ella a base de caricias, regalos, pic-nics, salidas y citas literarias, y son estas cosas las que la hacen tan encantadora) y no sabe que, digan lo que digan, no pienso competir. Cree que la estoy intentando reconquistar, pero eso es porque no me ha escuchado bien, lo que estoy haciendo es despedirme. Sólo he prometido disfrutarla hasta el final, ser más que nunca su confidente y su amante, su compañero de juegos. Memorizar sus gestos, su postura cuando llego a la cama y ella ya no me espera, sus canciones extemporaneas y sus bailes en el salón.
El absurdo prestigio de los números redondos que tanto cabreaba a Vila-Matas (con razón, cumplía 50) me sirve de percha para enviarle regalos de segundo aniversario que en realidad están hechos para no quedarme con las ganas de haberle hecho regalos. Las vacaciones me dan la excusa para llevarla a la costa que siempre he querido compartir con ella. Todo se alía para que la despedida sea tan completa como pudiera desear y vuelvo a tener la sensación de que hay alguien velando por mí.
Anoche me hablaba conmovedoramente de las cosas que he perdido y de cómo recuperlas. Y tiene razón, y lo voy a hacer, pero no para que esto no termine. Porque todo ha pasado ya antes de suceder, como en un cuento de Borges o en un tragedia griega, y por una vez he conseguido volver para despedirme .
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