Resulta que soy negro. Soy un negro macizo, de esos de un
color caoba, porque mi color se parece a un puto árbol. Y estoy aquí en una
isla de las Maldivas que al final no era para tanto. Claro que tiene un montón
de árboles distintos, que yo no sé cuál es cuál. He visto como tuercen con
cuerdas las palmeras para que den sombra en la playa y se conviertan en hits
instantáneos de Instagram, porque en Instagram triunfa un cocotero inclinado
sobre la arena casi tanto como un par de tetas entrevistas o unos pezones Lo-fi
debajo de una camiseta blanca. También he visto peces alargados y peces de
colores, coño, que he visto un tiburoncito blanco, casi traslúcido, sólo con
asomarme un poco al agua, que es tan transparente como me enseñaron en el cole
que lo era: incolora e insipida, que a mí nunca me había parecido ni lo uno ni lo otro. Y aquí estoy, en mi habitación, con mi mujer para siempre,
limpiándome la polla color caoba, con cuidadito, que mi polla ya es sagrada y lo que acabo de hacer ya está bendecido y ya le parece a todo el mundo bien y un respeto.
La limpio una y dos y tres veces, me paseo, apago las luces, ella está tumbada,
se duerme y yo me limpio la polla, del color de un árbol, exactamente con los mismos gestos con que lo haré durante los
siguientes nosecuantos años. Me aparto las dudas, un poco a hostias, ella está
en la cama y las dudas van a ser muy breves, en lo que aprieto los
interruptores y vuelvo a abrazarla un poco, aunque quizá ya no me apetezca
tanto como cuando quería follármela. Pero aquí estamos, casados, en una cabaña
frente al mar y esto es lo que se supone que tenemos que hacer y esto es un
rito que confirma que durante toda mi vida (quizá cinco, quizá diez años, quizá
de verdad toda mi vida, prefiero no pensarlo) es lo que voy a hacer con ella,
follármela, dejar que se duerma, limpiar los restos blancos que matizan de
nieve fake mi semierección caoba. Puede que me consolara saber que a través de
la ventana un blanco que no tiene la paz que da saber que ya está, que se ha
acabado la búsqueda y se puede echar a dormir sin fantasmas caoba negra, me ha visto por la ventana. Me ha visto cuando venía de dormir
la mona entre las palmeras forzadas sobre las que asomaban las estrellas, las
estrellas sin la Vía láctea, que no dará señales de vida hasta las 3. Mientras yo
convertía mi polla de un buen tamaño del que estoy orgulloso en un émbolo con el que hacer un experimento
social muy visto, visto de cojones, él se ha quedado dormido pensando en el
viejo adagio de que la ciudad te seguirá, de que no puedes escapar a lo que llevas
contigo. Y yo, al menos tengo a esta chica que me ha pedido que me corra dentro,
que ha esperado adormilada a que me limpie los restos nada caoba del deseo bien
desarrollado, porque nosotros sí que sabemos darle un cauce al deseo, ella ya sabe
cómo ponerse, cómo tocar donde hay que tocar. Y yo sé lo
que tengo que hacer y que decir. Y ella sabe cómo sacar de mí lo que tiene que
salir, justo eso. Y ya me he limpiado y en este follamotel de lujo, de lujo porque
está lejos y es caro y está en una isla, manchamos poquito las sábanas y
nos limpiamos las dudas con un kleenex y dormimos semiabrazados y dormiremos
así durante años y cuando nada tenga sentido vendrán dos niños, o tres o cuatro
y entonces ya no nos acordaremos de si esto tenía que tener algún sentido, ella ya ni siquiera querrá dormirse
esperando a que me limpie la resina de la caoba, yo ni pensaré en que podría estar bien sentirla temblar debajo como un tsunami sólo para mí, porque tendremos un objetivo
por encima de nosotros que nos obligará, gracias a Dios, a no pensar en nada
más que en eso. En eso en eso en eso y en ninguna otra cosa hasta que sea
demasiado tarde o los niños se vayan de casa de una puta vez.
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