“Te equivocas con nosotras, somos gente normal”. El último
intento del último minuto del último ratito del Día de la Música,
acababa estrellándose contra eso. Gente normal. Gente llegada de
todos los barrios de Madrid, gente inusual en festivales, gente que
trae a los amigos de casa y se infraproduce: camiseta y vaqueros.
Gente variada entre la que destacan los que fueron modernos en los 90
o los 2000, los poperos de prints frutales o camisas cerradas que se
han reconvertido en vagamente hippies (ellas) o en discretos barbudos
(ellos). Con más pinta de latineros que de malasañeros,
precisamente ellos, que peinaron Malasaña. Fueron los protomodernos,
que luego se mudaron al extrarradio a criar cachorritos indies. Lo
dijo L-Kan al revés: “estas canciones van de una época en la que
había una cosa que se llamaba modernos y que ahora no existe. Ahora
hay que llevar barba y pasear un vegetal”. Algo así. Y lo soltaron vestidos de merlines o
payasos, con barbas postizas y una coliflor con una correa.
Modernos de los de ahora también había en el 25 aniversario de
Subterfuge en Matadero, pero eran sólo una gota de barba en el
tupido y variadito océano de madrileños -madrileño es cualquiera-
botantes. La mitad del festival me la paso preguntándome a quién
habrían venido a ver, porque una discográfica como Subterfuge tiene
cosas muy variaditas (el primer Dover no deja de ser heavy, el primer
heavy que sonó en las radios comerciales, las presentan así, mientras que Cola Jet Set son -rebauticemos- cuquipop).
Hasta que me lo resolvieron Los Fresones Rebeldes cuando atacaron Al
amanecer y el festival entero empezó a darle a la vez: saltos,
pogos, karaoke a gritos. Fue como un descorche de la nostalgia hasta
para los de 20, que no se sabían más canción que ésa. La gente había venido
a darse un garbeo por su propia juventud (o niñez) como profeticé aquí.
Debería haberlo sospechado cuando me topé con seis personas
vestidas de fresas y con gente aquí y allá con rayas marineras. A
lo Fresones. Entonces siempre había que llevar algo a rayas.
Hubo otros momentazos estratostereosféricos y casi todos tuvieron
que ver con la canción de otro verano (Serenade de las Dover,
Confusion!!! de Cycle...). Luego estaban Annie B. Sweet, con esa
manera suya de crear atmósferas como de arroyuelo rumoroso o Carlos
Jean, que hizo trotar en el sitio como
bakaladeros a los que se quedaron hasta el final del primer
día. Y lo mismo para Najwa, hipnótica de ver. Y los
Pantones, que me flipan, pero no llegué a tiempo. En RTVE hay un enlace a un resumen del concierto donde salen casi todos los demás.
No queda del todo mal esta generación en los conciertos, ni los
de arriba (el escenario) ni los de abajo. Tenemos bastante pelo y
casi nos podríamos llamar la Generación Subterfuge y empezar a
mandar. Sería la generación que traza un hilo sutil entre los que
entonces tuvieron que hacerse ellos mismos un hueco fuera de la
música bendecida por la cultura de la transición (y la llamaron
“independiente”) y los que, por ejemplo, ahora, votan a partidos
poco oficiales.
Alba -que sale en otra crónica mía de otro festival-
vio a Ellos por primera vez conmigo, le gustaron más que ningún
otro de los grupos que no conocía (casi todos) y se fijó en el
detalle de que sus canciones, sobre todo la más energética (Lo dejas o lo tomas), hablan de cambio (o del miedo al cambio o de la
afirmación propia en un mundo mareantemente volátil), reflexionan,
introspeccionan. Nada que ver con las letras de amor atolondrado de
los grupos más poperos, que, a mí, que soy tan fan, me costaba
cantarlas en voz alta a plena luz del día. A lo mejor no es mala
ocasión para echar un vistazo a qué pasó ahí y a cuál es el
motivo de que ésta siga siendo una especie de generación perdida.
¿Fueron los estribillos ñoños? Felipe Fresón saludó: “Han
pasado 15 años, pero no hemos aprendido nada. Somos Los Fresones”.
Puede que no, que no aprendiéramos nada, pero a lo mejor hemos
enseñado algo. Un festival en el que personas con décadas de
diferencia entienden el mismo lenguaje tanto como para botarlo todo
juntas puede ayudar a entender cuánto somos los mismos.
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