sábado, 26 de septiembre de 2020

De qué estábamos hechos

Dos tardes seguidas que empiezan bien, reencuentros, recuerdos, sensación de estar en casa. Dos noches seguidas que se alargan hasta que ya no me caben más excesos y luego un poco más. Así han sido casi todos los reencuentros post primera cuarentena. Y el balance podría ser hasta positivo si no fuera porque la resaca acumulada lo arrasa todo, te desborda de culpa y te recuerda todo lo que habías prometido hacer y que sigue acumulándose, como en otras épocas, como en todas las épocas. Escribir, digo. Este diario, el libro, los pocos únicos reportajes que me han encargado este año. 

Uno de esos reencuentros fue con Alba. En un rato, me devolvió un montón de noches, una época entera, en la que era muy feliz embriagándome porque no solo era de los bebedizos habituales, también había risa y belleza; baile y sorpresa; abrazos y amor instantáneo e inconsciente. Y al día siguiente, entusiasmadas ganas de más, tuviera como tuviera la cabeza. Y tengo que recordármelo para poder ponerle un poco de lírica y épica a las noches de hoy, porque tengo que saber juzgarme el presente como me juzgaba entonces. Si no, esto no va a funcionar. No puedo ser otra cosa que lo que soy. Hay que reaprender a sonreír al recordar lo de anoche.


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