Oteo en el horizonte ese día que viene en el que todo será el mismo día, un día de piedra. Está cerca o lejos, no sé, porque lo que sí que ya sé es que las distancias de tiempo no pueden ser más relativas. Ojalá sea un día feliz, uno amable que querer repetir una y otra vez con paz y sonrisa. Pero nunca he sabido de raíces y tampoco he plantado nada. Se lo he dejado todo al azar por culpa de mi suerte, que ha habido más buena que mala. Y sería una carambola muy rara que, de aquí a entonces, me creciera el jardín que haría falta.
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