Me ha despertado una voz dulce, frágil y amorosa (no, las brujas no). Y así, sin pisar ni un centímetro de asfalto, he llegado hasta la redacción no demasiado tarde y notablemente feliz. He terminado enseguida el plastazo que tenía que entregar. Sólo he tenido llamadas agradables de gente bonita durante toda la mañana. S, la chica del vestido rojo, llamó para agradecerme que cuidase de su amiga la noche que me la dejó. Dice que ha dicho que soy un caballero. Me han encargado un reportajillo de a cincuenta mil que me ha puesto muy contento, porque el último lo terminé en dos horas y cuarto, a veinticinco mil la hora, y a mí me gusta cobrar estos sueldos de profesional de lujo. Y además porque veo que otra vez cuentan conmigo por aquí y me siento más integrado, snif. Me he ido con el maquetador a donde los kebaps y el camarero se quería venir con nosotros al parque a comer y a tocar la guitarra. La turca pelirroja nos ha saludado muy sonriente, “¡cuanto tiempo!”. Luego la he inventado una vida “tuvo un novio, pero era malo malo, va directa del trabajo a casa y está deseando que la invitemos a salir”. Hemos recogido a María, nos hemos sentado en la hierba, Kike ha tocado la guitarra, flamenco sobre todo. Los gorriones se han puesto a nuestro alrededor y yo les pasaba trocitos de pan y comían de mi mano. Un pastor de los Pirineos blanquigris muy bonito ha venido como loco a jugar conmigo, precisamente el único que tiene miedo a los perros. Nos hemos fumado unos porros, hemos cantado la chica de Ipanema bajo el sol. Luego me voy al estreno de Mortadelo con amigos, compis y niños.
Coño, qué día. Parece un anuncio de compresas.
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