Resumen de lo sucedido (¡otra vez escribiendo borracho!) (y lo peor es que no se nota la diferencia)*
y abrazados seguimos cuando un alba rayada
se desploma en la espalda violeta de Granada
(García Montero)
Este fin de semana estoy viviendo en el Sacromonte, en una cueva, como Batman. Juas! A las 6,40 introduzco la batllave en la batpuerta y me encuentro con toda la cuevita patas arriba, los calzoncillos sobre la mesa de la cocina, las cebolletas sobre la cama, mi colonia Cacharel por el suelo y todo lo demás extendido también por sitios que no son su sitio. “Dios mío, ¡me han robado”. Ah, no, que he sido yo que lo he dejado así. He estado toda la noche sosteniendo un flash como la estatua de la libertad, porque el fotógrafo era majete, pero algo pesadito. Así que sólo he bebido cuatro copas. Y aún así, luego estaba estupendo, con una profesora de derecho en cada brazo. Lo que demostró la vieja canción de que no necesito drogas (all together!), pero que necesito una copa, por favor. Después de mucho tonteo, a las seis menos cuarto me decido a entrar a una de las dos, la que baila como Tina Turner, está escribiendo un artículo sobre la normativa de aparcamientos que empieza “la normativa de aparcamientos está muy mal”, y hace chistes de drag (“pues yo palante, caiga quien caiga, lo que pasa es que cada vez que digo lo de caiga quien caiga al final la que me acabo cayendo soy yo ¿verdad bonita?”). Como cada vez que se frota me da la espalda decido que es desde ahí desde dónde hay que atacar. Me aprieto contra ella, le muerdo el cuello, le muerdo el hombro, le muerdo el lóbulo, le beso el cuello, le beso el hombro, le beso la oreja, bajo con la punta de la lengua desde la oreja hasta el extremo del hombro, bajo con mi mano por su costado, subo con mi mano por su costado, ah, ahora sí, ahora sí que me besas ¿eh? (es que antes, de frente no había funcionado). “No tenemos tiempo”, me dice. Es que tiene que coger un avión en Málaga a las ocho. Pues claro que no hay tiempo. Como ya estoy empezando a descartar las casualidades para estas cosas, decido que sólo quería saber si me iba a besar, que quería hacerlo tarde y mal para que fuera pura niebla sin posibilidades. Niebla granaína inexistente. Disimulo, “sí, tenemos poco tiempo hasta que venga ella”. Ella está en el baño, y como llevo toda la noche jugando a dos bandas, la frase queda fatal. Luego lo arreglo: zanjo la controversia rubias-morenas (grandes alturas intelectuales ha alcanzado la conversación esta noche) asegurando que yo lo que dije era que me gustaban las morenas. “Es más, las morenas bajitas”. Que sea verdad no quita para que ese fuera un momento excepcional para no abrir la boquita para esta frase soez. Así que en la despedida: “bueno, que me alegro de que...” “¡que sí!”. Vaya, cada vez me duran menos. Ésta, un beso. Y es que me las cojo cada vez más listas, vienen preparadas, las condenadas, esto debe de ser eso de la generación JASP. La prima de Fer me despide luego, y cuando voy a darle mi humorístico y desconcertante beso en la frente juraría que me pone la boca. No es posible, es una buena chica. Quedamos para emborracharnos mañana desde la mañanita prontito.
Escribo desde una cueva. Tengo vozka, red bull, franciskaner, galletas pims de naranja, unas cebolletas rosáceas con mu mal color, tabaco, patatas fritas, lima. Tengo una cocina, una nevera, dos camas, una mesa, una mesa fuera, un sillón. Tengo ropa de safari que no sé cómo combinar con el clima burgalés de Graná. Tengo algo de pasta. Tengo una cueva, tengo unas vistas asombrosas, tengo Granada a los pies del Sacromonte y el mundo a los míos.
(*escrito el sábado por la mañana) (en una cueva)
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