Tú tienes que levantarte,
yo escondí el despertador.
tú llevas los pantalones,
yo no uso camisón.
vas a ver qué luna de miel
qué hoteles qué baños al anochecer
vas a ver que cielos y qué
canciones nos cantan al amanecer.
-me tengo que ir.
-nonono, está mal el reloj, está fatal, no es esa hora.
-¿quieres que me quede un poco más?
-bueno... si te apetece...
desnuda de cintura para arriba se agacha a dejar el móvil a los pies de la cama, es superelástica y hace un escorzo raro, porque el suelo está lejos, le asalto desde atrás y le beso la espalda, se la mordisqueo.
-¿Me hago un ovillo?
-Vale, y yo una esponja.
Aunque qué te voy a contar yo a ti, te lo cuento: a veces pasa, bandaluna, que a un ovillo le sucede Teseo y lo desenreda y se ayudan a salir del laberinto. En otras ocasiones las esponjas se bañan en sirope y se quedan compactas y empalagosas, pero tan a gustito. No pasa siempre ni para siempre, claro, y por eso hay que disfrutarlo con más de cinco sentidos, con todos menos el de la cautela.
Lo cierto es que sucede, sucede continuamente. Hay pruebas, científicos versos que lo certifican.
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