Veamos: estoy a las mil de la noche de un sábado trabajando como un idiota, preguntándome qué narices hago aquí en lugar de estar dibujando nuestra silueta en el colchón de mi cama nueva, escribiendo sobre las bondades de un producto al que le estoy cogiendo una manía horrible. Soy una puta. No, ellas a veces saben decir que no, seguro que mantienen su dignidad mejor que yo.
Elisa me llama. Que si quiero que me pase a buscar. ¿¿que si quiero?? Cuando bajo, allí está sonriendo desde ese coche extraplano tan bonito. Abro la puerta y me encuentro a metro setenta y siete de jovenzuela espectacular, con una sonrisa afilada en la boca y en los ojos, el pelo de anuncio de L'Oreal y esas manos largas y acariciadoras, con un vestido negro minifaldero, el escote que trato de no mirar tanto, las piernas que parecen interminables pero acaban en unas botas altas que me están matando. Y que quiere besarme y que quiere llevarme a casa y que quiere venirse a casa. Dios lo que es existir no existirá, pero a mí me cae supersimpático Él también.
Se va a las siete de la mañana, en el intervalo le he detallado el plan para cuando tengamos las cuerdas, me ha dicho un millón de cosas bonitas y yo dos millones. Su chupetón ya se va borrando, quiero otro. Por problemas técnicos no he podido hacer mucho más que sufrir, hacer de manta, recibir su cuerpo haciendo de manta, hablar, besar casi cada rinconcito y sufrir. A la décima vez que me dijo que quería que quería que le apetecía mucho, me puse malísimo y ya no sé, perdí la noción del tiempo y el espacio y no estoy muy seguro de lo que pasó, porque ya sólo tenía una idea dominando a todo lo demás que pudiera pasarme por la cabeza. Pero eso no, eso seguro que no lo hicimos. Sus medias estaban destrozadas en el suelo cuando me despertó al mediodía su voz al teléfono.
-¿Te he despertado? Soy una egoista, sabía que ibas a estar dormido pero tenía muchas ganas de hablar conmigo.
Debo de estar soñando todavía (vale, si esto es muy empalagoso me lo decís, pero vamos poneros en mi lugar)
A las 4,20 AM del domingo estoy volviendo a casa yo solito recordando los bonitos tiempos en que tenía fines de semana y escribía sobre cosas que me motivaban o al menos decidía yo qué decir sobre la materia de los reportajes. Sí, fue hace tiempo, ya no me acuerdo. No hay taxis, los cajeros no me dejan cargar el teléfono para la llamada de mañana, tengo sueño y hambre, llueve mucho. Y no sigo, que esto parece un blues. A las 8 AM me llama, viene a hacerme una visita con el desayuno. ¿te importa si sólo dormimos?, sí, no te preocupes. Evidentemente no ha venido hasta aquí a dormir, pero es buenecita. Pero yo no. Salimos de allí a la 1,15 PM. Estoy definitivamente curado. Ella moja un dedo en el vaso de cocacola y lanza una gota sobre la colcha, canta conmigo, me da órdenes. No sé muy bien lo que significa eso, bueno, sí, que está mucho más relajada y, por lo tanto, mucho más hermosa. Por lo que veo es superreligiosa. Bueno, lo que es es un prodigio. Nunca se cansa, nunca dice que no, me va a terminar matando. O yo a ella, veremos, que a insistente no me ganaba nadie en mi vida pre gatillazos. Como no falla que algo falle, los condones no son de mi talla. Qué difícil, qué difícil es despegarse de esta chica. No quiero, no quiero, no quiero. Pero me deja en la puerta de mi trabajo. Parece que, de los dos, va a tener que ser ella la responsable.
Luego revelo unas fotos en las que está feliz, con esa sonrisa tonta que yo me sé. Quiero hacer una ampliación y colgarla sobre mi cama.
A las 8,45 PM mi cara sonriente da cabezadas sobre el teclado del ordenador. No sé muy bien dónde estoy, hay gente a mi alrededor, creo que alguien estaba hablando conmigo hace un minuto, abro un ojo. Si Dios quiere matarme así, hágase su voluntad
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