Qué poquita casualidad que desde el 30 de septiembre me acueste y me levante cada día pensando en qué carajo he hecho estos tres años metido en esta vida tan ajena, este rollo de señor importante que quería volver al ático en el centro, todo el rato estresado y enfadado y agresivo, sin ser yo nada de eso. Qué poquita casualidad que fuera el 24 de septiembre cuando la volví a ver y que confirmara en mi cabeza que es todas las cosas que parecía (una micra, un neutrón, un paramecio, un mocrochip nipón). Qué poquita casualidad ese concierto de La casa azul del 11 de octubre tan estimulante como un primer beso y las lágrimas en "se acabaron los líos, las prisas, la mediocridad" y luego ese primer beso con E., tan efervescente como unos acordes de pianito proustiano. Qué poquita casualidad que el 19 de septiembre de 2021 me dejara porque no tenía dónde caerme muerto y se me olvidara que si estaba donde estaba era porque no tenía ninguna intención de caerme muerto todavía; que este último laberinto arrancara con aquel mensaje del 19 de octubre de 2021 (“dirijo una revista”) que en ella tuvo el efecto que no era y a mí me sirvió para empeñarme (como un asno) en construir este imperio de mierda a la medida de sus estrechas ambiciones, sólo para demostrarle (demostrarme) lo que había sabido siempre: que si no lo hacía era porque no quería. Qué poquita casualidad que hoy este sol desleído de otoño haga brillar como gemas los charcos sucios de la terraza y que ahora lo pueda ver. Qué poquito es casualidad.
/////"Sigo virgen y furioso". Arthur Cravan, recién llegado a la ciudad, en una carta a un amigo/////
jueves, 17 de octubre de 2024
martes, 24 de septiembre de 2024
La reina de los goles en propia puerta
Podrias haber sacado lo que traías al fondo de la garganta desde que me has visto. Haber aprovechado para tener esa conversación ensayadísima en nosecuantas noches solitarias. O, tal vez, poner la papeleta en dormir mejor con un mirarnos a los ojos y decirnos "me alegro de verte", "creía que estas fiestas no eran lo tuyo", "te queda bien esa camisa", "pues tú le quedas fenomenal al reflejo de la piscina".
Ni cotizaba lo de los mínimos de educación y empatía: cuando me he acercado, sabía que no había muchas posibilidades de que nada se hiciera pensando en cómo me iba a sentir yo. Pero ¿y pensando en cómo te ibas a sentir tú? Pues tampoco. Porque eres la reina de los goles en propia meta y tienes un catálogo completo de argumentos, muy buenos argumentos, para tirar a la basura a quien te quiera tratar bien. Entonces y ahora, esta noche también. Porque las sombras de tu cabeza te dicen que eres una mierda y te mereces que no te traten bien, que no eres el pibón que tendrías que ser, que no has conseguido nada de lo que el mundo te debe, que no te quiere nadie ni hay ningún motivo para que te quieras tú. Así que, adelante, sigue con la gente que se acerca porque eres una presa fácil y aleja a los demás, que te lo ha dicho una sombra, la de nosequé exnovio yonki o camello.
Hace tiempo que todo eso es problema de tu gato, pero, aún así, ojalá que me hubieras preguntado. Yo sí que solía saber qué mereces y por qué. Pero no va de eso. Va de reirte de mí con tu amiga xulísima, con un que se joda detrás de cada risita, vaya pavo más ridículo, jaja, tía. Esa amiga que a esta hora ya se ha disuelto mientras tú fumas un porro detrás de otro a ver si mi cara también se evapora. No lo pienses, no imagines el calorcito de haberme mirado a los ojos y decir, eh, yo también quería saber qué pasaría la próxima vez. A estas horas, puedo verte, estarás con las sombras familiares que te explican que no te lo mereces, que no te mereces nada, que lo mejor es que sigas cavando, que al fondo del pozo de los buenos argumentos todavía hay sitio.
miércoles, 11 de septiembre de 2024
El microrrelato que no ganó el premio
Sueños cumplidos
Entraba tan ansioso a las oficinas de la Academia de Bellas Artes de Viena que casi derriba al sorprendido viajero en el tiempo. La sonrisa le iluminó la cara cuando leyó su nombre en la lista de admitidos al próximo curso: Adolf Hitler.
miércoles, 17 de julio de 2024
Apagando sus voces
van los últimos perros de la noche.
A lo lejos alguien tose.
A lo lejos.
Por fin es todo manto y todo lento
en el pueblo.
Y se cierran los ojos.
Con sutiles llamadas te convoco;
(pelo de ducha,
espalda lienzo,
risa de Bar Boteo).
Traigo la noche
en que, no sé de dónde,
volverás, ah, a mí,
te sentarás enfrente,
sonriendo,
te acunaré en mis brazos,
iremos a una fiesta
y bailaremos mal.
Y será como entonces,
como siempre jamás.
sábado, 21 de octubre de 2023
"Qué tontería de conversación", Han Solo
Suena Light my fire de los Doors. Suena el telefonillo. Por primera vez desde que estoy en esta casa. No sabía que se oía tan mal.
-Tengo que hablarte del futuro crrr crrr The time to hesitate is through zzzk crrr
-¿Qué?
-Que he venido a hablarte del futuro crrr zzzs ¿Crees que mejorará o que empeorará?
-Es que no la oigo.
-¿No me oyes?
Cuelgo. Hoy no puedo hablar de futuros, no con esta resaca.
miércoles, 18 de octubre de 2023
Otras vidas
A veces imagino vidas. No es el típico juego de las adivinanzas. A la chica de la sala de espera la pienso en el siglo XIX, quizás por lo pálida, aunque lleve una camiseta de Marvel, unas gafas de sol de diadema, rojo fresa, como los labios. Y en el XIX no era tampoco una moderna, claro, era de lo que se llevara, coser un mantelillo, aprenderse el lenguaje del abanico, desmayarse. La Marvel de entonces.
Era la hermana discreta y casadera. Delicada del estómago, porque estamos en Digestivo. Y esa dolencia, con mucha perífrasis, se llevaba la primera media hora de cualquier visita de las tías a casa, de cualquier encuentro casual en el paseo del Buen Retiro, donde se andaba despacito y se hacían grandes círculos precisamente para encontrarse con los de siempre cada dos pasos.
¿Tocaba el piano? Tocaba, pero con menos delicadeza que su hermana, encadenando notas como churros, como una pianola. Su hermana tenía un año más y tenía todo más: más alta, más fina, con la nariz más recta, más pálida aún. Pero, eso sí, los ojos almendrados garrapiñados de la hermana mayor se volvían vulgares en presencia de los de María Lorenza (si sus padres no se lo curraron con el nombre, yo tampoco), dos ballestas azules para las saetas afiladas de sus pestañas que, aún así, sólo dieron un par de veces en el blanco, en el corazón añusgado del viejo boticario y en el pijo jaranero del gañán cejijunto de su primo segundo. Como la niña no paraba de llorar y era, pues eso, una niña, sus padres pensaron que había tiempo y dejaron que hiciera su santa voluntad -había padres así-, y ayudaron a ahuyentar a los pretendientes, que pronto encontraron otros valles más verdes en los que entretener el tiempo, que de eso iba todo en aquella época de tantas moscas. No había Marvel, recordemos.
Pero las cuerdas dejaron de hacerse de cáñamo casi de un día para otro y toda la inversión del padre y los tíos en Yucatán se la zampó el dios Chaak de otro día para otro. En esa casa nadie sabía hacer economías, y para María Lorenza no hubo más tiempo. Los potenciales pretendientes se esfumaron, como suele pasarle a los futuros. Y ella quedó soltera para siempre y casi no había día que no lamentara su perra suerte, sobre todo, cuando visitaba a su hermana, madre prerrafaelita de tres angelotes de Murillo.
Pero otras veces, las menos, María Lorenza también se paraba a considerar la posibilidad de que todo lo que hubiera pasado era que había esquivado un tiro de arcabuz muy chungo. Mira a tu prima Carolina, María Lorenza, tan feraz en el noviazgo y tan lígrima y ojerosa ahora. Deja de empeñarte en lo feliz que serías si, María Lorenza, capullito de alhelí. No seas tan bruta, anda, espabila.
lunes, 16 de octubre de 2023
Manual de instrucciones
HVASUDM. Está en el post it de la ventana porque no puede estar en piedra: Hoy Va A Ser Un Día Maravilloso. La primera frase del día, tallada en roca y aplastando a todas las demás, a las que se intentan colar desde el sueño o desde el otro lado del cristal.
T.J. El otro post it, el de la pared. Te Jodes. Estás
cansado, tienes resaca, preferirías dormir, te sale vapor de ansiedad por las
orejas: Te Jodes. Te sientas y escribes.
BRAMOR. El mensaje del fondo de pantalla. Bravura y amor.
Para la vida, para trabajar, para escribir.
Súbele dos puntos al entusiasmo. Cuando te bajen, da unos
saltos.
Delante de una página en blanco eres Dios.
Ante un chat o un email eres Dios, pero más divertido.
La vida siempre ha estado fuera de casa. Lo de dentro no lo
entendías. No lleves a la calle las dinámicas de aquella casa. Fuera, sé el de fuera.
Sé consciente. Míralo todo.
No bebas, no fumes, no te drogues, ayuna, come sano, haz ejercicio. Es lo que toca y está bien, porque es ahí donde te vas a encontrar.
Ya aprendiste que no hay paraísos artificiales y cómo se
hacían los infiernos artificiales, pero el enemigo de ahora son los purgatorios
artificiales, donde flotas y no eres. Desconéctalos. Que sí, EL ENEMIGO.
Vive la vida (o sea, hoy) como si estuvieras de vacaciones.
Habla con los nativos.
Eres bellísimo, antes lo sabías.
sábado, 5 de agosto de 2023
Dime lo
Leo poesía en el balcón. El fondo son las risas de los niños, los chof de la piscina, los pop de la pista de tenis. Juan Ramón Jiménez dice de la amistad que es "la corriente infinita". "La amistad tiene mucho de un río que empieza a cada instante, y que no llega nunca al mar" escribe Trapiello. Me he despertado a las 2, el día probablemente echado a los perros. Anoche estuve borrando correos, guardando fotos, y se me puso todo perdido de fantasmas. Así que, para el exorcismo, Cuando zarpa el amor a todo volumen:"dime que sientes lo mismo que yo,/ dime que me quieres,/ dime/ lo". Después de esa, Youtube sigue con la lista de todas las canciones con las que me he sumergido alguna vez, a ver hasta dónde llegaba el pozo. Y reparto mi atención entre los libros, el verde, las nubes, las canciones. "Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oir sin escalofrío". "Tú deberías volver,/ deberías estar otra vez a mi lado,/ yo no debería haberte tratado tan mal./ Sabes que pasan los días, pasan los años./ Yo no debería haberte dejado marchar". Y recibo un mensaje de Lucía, que no viene al Sonorama. Y justo suena nuestra canción: "No será el glamur de nuestros peinados lo que conquistará el mundo/ pero allí estaremos dispuestas a coger nuestro trozo de pastel./ Hoy, que nadie va a ganarnos a salvajes,/ será una caravana en el desierto/ y saldra de nuestra flaqueza/ energía que no teníamos. No pararemos a dormir/ bailarás, mi rubia, para mí:/ hoy has vuelto a salvarme la vida y tú/ sin enterarte". Y me siento un poco huérfano mientras me pregunto qué voy a hacer sin ella, con mi sobrina y su novia y todos sus amigos de 19 durante los 5 días de ola de calor, camping pulgoso y saltos frente al escenario. Y leo los versos a lo literal, con el sentido que no es: "Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol/ verde, sin pozo blanco,/ sin cielo azul y plácido...".
viernes, 28 de julio de 2023
El día que saqué un 1 en patinaje artístico
Así que fue eso. Así que la beso.
—¿Me das un poquito de eme? Está pareciendo que te he besado para que me dieras.
—Es exactamente lo que parece —me dice preguntándose si eso es mi sentido del humor o qué cosa.
Quiere irse y dejarme con los demás, con Y y con aquella chica de la espalda larga, no me acordaba de que tenía esa voz de dibujo animado, a saber qué voz tenía yo aquella noche, a saber qué oí.
Pero me apetece su piel y nos vamos a mi casa. Estoy harto de acariciar a los tres gatos con los que vivo, que me dan alergia. Sólo quiero dormirme acariciando una piel que no me llene de pelos ni dé granos y no sé cómo decírselo. Nos lo decimos a la vez.
- —Yo, en noches como ésta funciono fatal.
- —Estoy muerta, quiero dormir.
A la mañana siguiente mis dedos buscan el punto exacto donde lo dejaron. Hacen, por su cuenta, patinaje artístico por cualquier trocito de piel que deja libre la camiseta extra grande de Galicia Calidade que la puse anoche Me quita la mano. Por descartar que sea un problema de comunicación, se lo explico:
- —No sé cómo decírtelo, pero ahora mismo te follaría. Y te comería entera.
- —Estoy muerta.
- —Ya veo lo que pasa. Que a ti sólo te gustan los besos y los abrazos.
- —Quiero los besos y los abrazos y todo. Todo el paquete.
- —Al paquete no les has hecho ni caso.
Me ducho, se ducha, me expulsa del baño, no deja que me
quede a mirar.
- —¡Los pervertidos también tenemos derechos! —grito desde el otro lado de la puerta.
Sale envuelta en la toalla y se pone una raya en la
encimera. Me ofrece, pero no.
- —Tú no sueles tomar ¿no?
- —Hombre, para desayunar… Además —improviso —, me estoy haciendo formal justo ahora, cuando vengas dentro de dos semanas ya seré formal del todo.
Y cuando salgo para la boda a la que llego dos horas
tarde, ella se va a callejear por Madrid en lo que abren las puertas de su
festival en Getafe. Y es entonces cuando me acuerdo de que, mientras ella nacía
al otro lado del Atlántico, yo me estaba colando en la final de Waterpolo de
las olimpiadas de Barcelona. Y me pregunto cómo le voy a seguir el ritmo.
domingo, 23 de julio de 2023
No es no (el consentimiento)
Les he visto hacerse los humildes estos días, no les sale porque son unos pésimos actores y porque se saben los amos del mundo, tus amos, aunque den vergüenza ajena. Os deseo (nos deseo) suerte para la próxima legislatura, que no tengan tanta prisa en cargárselo todo y que no nos dé de lleno ninguna de esas decisiones pensadas en su propio beneficio (siempre) contra las que no vamos a poder hacer nada. Y que vuestros hijos, por su bien y antes del desastre, se den cuenta de que esto no era ninguna fatalidad irrevocable como parecían pensar los ciegos que les precedieron; que no tienen por qué estar a su merced y que para desactivar este estado de cosas solo había que hacer unos pequeños cambios. El primero, claro, no darles tu consentimiento, no votarles, no votar.
domingo, 9 de julio de 2023
Madrid parece el sitio
Veo a la gente yendo. Con bolsas, con camisetas despeluchadas. A la dependienta de la farmacia fumándose el hastío en bata verde, apoyada en la verja. Y no se a dónde van, qué hacen, qué buscan, para qué. Es un sentimiento de día de lluvía, pero es un domingo de julio, y la luz es de las transparentes. Quizás sea porque estamos en el parking de un centro comercial de supermercados y comida rápida, el peor de todos. Y me doy cuenta de que estoy en el mismo barco encallado, en la terraza del Burger King, con un nugget en la mano, camino del Lidl. Así que lo que no sé es a dónde vamos, qué hacemos, qué buscamos, para qué. Y suena esa canción de Tulsa.
sábado, 1 de julio de 2023
Tendrá que ser suficiente
Remontándome, encuentro que escribo cuando soy feliz. Toda aquella larga época en que abandoné la oficina y abracé las calles de Madrid. Y, habrá que reconocerlo, la del encierro de la pandemia, que dio para medio libro. Será que fui dichoso en aquel piso de Cádiz, en esa azotea que daba a nubes y tejados. Sin ver a nadie, recibiendo amor por videoconferencia, pero más de lo habitual, porque todos estábamos exaltados. Ay, el libro. Sólo G y María, que lo leyeron en la misma época, se mostraron entusiasmadas. Pensé, en fin, que por dos justas se salvaría todo el pueblo, que si eso había pasado era suficiente, que valía la pena echarlo a rodar por ver si encontraba dos o tres lectores como ellas. Pero luego, no sé cómo, volví a sólo verle los finales precipitados, los juegos florales, el neorruralismo. Ahora, lo tiene un editor que no edita estas cosas, pero también pienso que quizás no es esa cosa, que hay historias fantásticas y trozos de vida, lo que siempre fue. Que el prólogo a la manera de El bosque animado no es el libro. Que deberían tenerlo más editores y cuanto antes.
Pero estábamos en lo de la felicidad y la escritura. Me lo
estoy mirando por ver si salgo de este nuevo viejo atasco. La necesito porque tengo
que creer en mí cuando me pongo delante del folio. La felicidad me la da el ponerme delante del folio, pero para ponerme, tengo que llegar ya feliz de antes, ese vicioso círculo. La última
vez fue el verano aquel con G. Ay, G. Me tuve por iluso por pensar que resuelto
el tema de la felicidad y lo de creer en ti mismo (porque ella creía en mí, y
debía de tener razón, porque yo creía en ella) venía la edad de oro de la
escritura; que ese subidón diario, ese hacer brillar las cosas con sólo
mirarlas se iba a traducir en palabras, palabras, palabras. Y tengo que hacerme
más caso, porque era verdad. Y, el día en que todo terminó, yo estaba delante del
ordenador, peleándome con un texto de encargo, sí, pero delante del ordenador
poniendo las bases de lo que venía.
Pero no fue. Así que, aquí estamos. Y "aquí" es alternando días
de soledad marmòrea con otros en los que voy a cualquier parte donde repartan abrazos:
cócteles, comidas, viajes, noches largas. Lo que hice siempre, lo que siempre
me ha alejado de las palabras más de lo que me ha acercado. A los que me esperan allí les miro con ternura,
me resulta fácil amarles, a los de siempre y a los nuevos. Y ese es el atajo definitivo para la felicidad. No es
de aquella clase, no es la desbordada y fértil, la de la luz cegadora sobre
cada paso del camino. Pero es suficiente. Tendrá que serlo.
miércoles, 21 de junio de 2023
Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos
Entontecemos un poco más todos los días, no hay duda. Tenemos la cabeza como para recordar lo que sabíamos hace diez años. Menos mal que lo tengo apuntado. Este año no me pasa.
martes, 20 de junio de 2023
Lunes
Al retomar el libro, decidí también volver a los ayunos. Cuando escribía el primero, descubrí que las digestiones son inversamente proporcionales a la concentración y las reduje al minimísimo: sólo por la tarde o por la noche. Anteayer y ayer escribí sendos parrafitos que al menos me garantizan que hoy empiezo en otro punto, el punto pegado al punto, pero necesito esa ilusión de movimiento que al final arriba a libro terminado, lo sé.
Había empezado a llover, así que saqué del invernadero a la terraza esas plantas que me regaló aquel botánico loco de Donosti (tomates, chiles, pimientos...) y que no sé si van a pasar de esta semana. Y escampó. Salí disparado (siempre tarde) hacia
una comida de unos chavales que han conseguido una estrella Michelin en su pueblo. De camino, mi amiga Y. me contó lo de su cáncer y lo que le espera.
Estas cosas te dejan con ganas de vivir o de beber.
El primer cóctel, de un trago. Luego hubo otro y otro y otro
y otro. Luego fui con mi amigo A. a Lovo, una coctelería nueva y oscurecida que
se parece a… nada que esté a este lado del Atlántico. Y allí, otro y otro.
Resulta que. en la calle, el sol de rayos-x se había vitaminado, 32 grados de canto para forzudos. A. me llevaba a una cata de tintos en
el nuevo hotel de cinco estrellas más pijo de todos y empecé a ver que no era
buena idea. Se lo dije. “Yo también estoy borracho, qué más da”.
En cuanto pisé la azotea, fui directo al baño a hacer algo
que yo nunca hago. Sudoroso y amarillo, me senté en una esquina de la fiesta,
con vistas a las tejas rojas y negras, a las azoteas del centro, a esos mascarones de la Gran Vía que no sé
lo que son. Vino A. a presentarme a la organizadora, que me dijo que estaba muy
pálido “no me encuentro bien” y volví a empezar sobre el suelo de alguna madera
noble que tampoco sabía cuál. Entendieron la indirecta y me volvieron a dejar
solo. Miré envidioso a una familia rusa que chapoteaba en la piscina
con vistas. Ojalá estar potando allí. Y seguí con lo mío y allá fueron el mero
del Cantábrico, los guisantes lágrima con cocochas, el tomate cuerno de los Andes, la presa
de bellota en perigord y así hasta 11 platos, todos revueltos. Lo llaman fusión. ¿Qué fueron sino verduras de las heras?
Antes de lograr escabullirme de aquel hotel tuve que pasar por dos baños más. Eficientes y silenciosos empleados con fregona seguían todos mis pasos. Apenas me tenía en pie, pero tuve el detalle de salirme del perímetro de moqueta del hotel para terminar de vaciarme entre dos coches de policía, con la esperanza de que me auxiliaran o me detuvieran. Pasaron. Luego decidí tomar el metro, donde el conductor no te insulta si lo manchas todo. Y luego, no sé cómo, conseguí caer inconsciente en mi cama, después de atravesar en zigzag, y sin que me matara nadie, este barrio nuevo mío que no hacen más que decirme que es peligrosísimo, incluso los que viven aún más allá. Y más luego, ahora, muchos mensajes de disculpa: “bajada de tensión”, “la nueva dieta”, “tú sabes que yo bebo el doble un lunes cualquiera, a veces contigo J, y nunca vomito”.
Y a seguir
la semana a tope, que sólo es martes.
domingo, 18 de junio de 2023
Las olas
Me quedo en la verbena de Villaverde después del concierto de Burning, del pequeño subidón de “son las tres de la mañana y yo sin poder dormir” que me devolvió a los pupitres del cole y a esa pija bellísima de rasgos bizantinos y pelo largo y astifino que se las daba de macarra en el bar en el que nos pirábamos las clases para hacer el mal. El mal eran un ocho de chocolate y una cocacola, la máquina de Tetris y, a veces, escupirle la bebida al de enfrente de la risa. Yo no era de ese grupo de malotes, pero, como en todo aquel curso sólo conseguí llegar a la primera hora dos veces, estaba allí más que el camarero, y acabaron admitiéndome.
Tengo hambre, y con un pincho moruno en la mano aprovecho
para fijarme en cómo sigue el mundo por los barrios. Primero en la ropa. Como
siempre, no llego a ninguna conclusión. La gente se viste como le da la gana.
Ellos, de camiseta y pantalón corto, se relajan más que ellas, que se suelen
poner lo que sea que les siente bien, también mucho pantalón corto y mucha
camiseta, pero más estratégicos. Aquí hay de todo, vestidos negros, minifaldas
al reventón, un top verde manzana que deja la espalda al aire y lo de delante,
casi. Mucho logo con el caballito de Polo, tendencia en el mercadillo.
A mi alrededor, en la caseta del PP, una familia china con los
hijos ya creciditos mordisquea sus pinchos de carne en silencio; una pandilla de rasgos americanos que
se acaba de despedir de la adolescencia juega a que son mayores y coge una mesa
en la terraza, el tono lo marcan ellas: sonrisas, no risotadas; un grupo de
niños habla muy serio de sus cosas, debaten a qué jugar después,
sólo uno está con el móvil; una niña de ocho años le da un beso en la boca a su
madre, y luego le pide otro y otro y otro.
En las verbenas de barrio hay muchas más casetas de tiro que
atracciones. En la de los dardos y los globos, un grupo de chavales vitorea al
amigo cada vez que falla el tiro, que son todas las veces; la de las escopetas
de corchos está tan trucada, con la mirilla tan desviada, que el encargado lleva cara compungida de serie, porque los corchos dan en el techo y allí nadie
le acierta a nada; un chaval de 10 años aprieta la frente y se concentra como si fuera
la ronda de penaltis de la final del Mundial, pero no hay quien le meta un gol
al muñeco del portero que gira a toda velocidad y tapa toda la portería. “Siempre
gana” pone en una de las casetas, y es lo contrario.
En lo que en mis tiempos de feriante se llamaba el ET, el
disco que gira rápido y te centrifuga, una delicada adolescente con los ojos
grandes y la piel porcelanosa, con un pelo largo que se diría peinado cabello a
cabello, se levanta al centro y enseña los dientes y el dedo corazón a todo el
mundo. La más malota de toda la feria. Tan tierna. Así que el mundo sigue ahí, siempre
el mismo y siempre renovado. Si acaso, el que a menudo no esté sea yo. Con lo fácil que es coger una silla y un pincho moruno.
sábado, 17 de junio de 2023
Un sótano más negro que mi reputación
No, si ya sé, si yo lo entiendo todo. Fíjate que, recorriendo tu libro en diagonal, por buscarme, lo primero que me ha invadido, inesperado, es el recuerdo de muchas chispeantes charlas con vino, de algunas noches divertidas, de los buenos ratos de lectura mutua que nos llevaron a tomar la decisión que tomamos. Cosas en las que había pensado poco desde entonces. Y fíjate que leyéndolo con un pie en el que fui, en los que fuimos, me alegro sinceramente cuando describes lo feliz que te hace esa vida de aplausos que al final te conseguiste. Y me estremezco de pena cuando detallas tus síntomas, el dolor presente y el futuro. Y sé que perdonar es terapéutico y olvidar ni te cuento, y que a estas alturas qué más da. Pero mira, cuando te me has aparecido aquí o allá, en las escaleras de la Sala Sol o en algún enlace en redes, posando de Madre Teresa, no he podido evitar la náusea pensando en lo miserables que fuisteis con una niña que no le hacía mal a nadie, la que jugaba conmigo a que estábamos enamorados, la que tenía una única herida sobre la que os ocupasteis de echar paletadas de sal. Por envidia, porque podíais, por lo que sea, que nunca he querido excavar en ese pozo. Yo sigo sin tele, pero ella te habrá visto más a menudo, y puedo imaginarme lo que siente. La espléndida madre pija que es ahora, la que espero que sea tan feliz como sale en su doradito Instagram, la que parece que sigue viviendo ajena a todas esas sordideces que a lo mejor tú y yo sí que conocemos, tendrá que volver a entonces. A toda esa pegajosa sensación de que no valía para nada, ni entonces ni nunca, con lo que ella brillaba; al chapapote que te encargabas de depositar en su orilla cada día. Porque eso que le pasaba entonces te acompaña para siempre. Y aunque quiera recordarme que yo también me he equivocado mucho -quizás no de una forma tan abyecta-, como todos, que yo también he cambiado, como todos, no se me va de la cabeza lo que sentirá ella cada vez que apareces en su pantalla. Y leo tu siguiente parrafito, ese que puede que me dediques a mí o a cualquier cosa, quién sabe, y sé que en el fondo sigues siendo ese mismo, poses de lo que poses, y que sus lágrimas no te han provocado, desde entonces, ni un segundo de remordimiento.
miércoles, 14 de junio de 2023
Carmen y Fausto
Esto es un descarte del nuevo libro.
Fausto había nacido en el pueblo con un destino marcado de salinero, como el de su padre y el de sus hermanos, todos de ojos achinados para defenderse del acoso del sol por arriba y por abajo, en forma de bola o de reflejo, azul sobre las aguas estancadas, blanco como la nada desde la propia sal. Para huir de toda esa luz quiso buscar los trabajos más sombreados posibles, y encontró uno en el cine Macario y otro en el Cementerio Municipal, de enterrador. El acomodador de vivos y muertos, le decían. De aquellos acomodos y de aquellos hoyos le vendría muchos años después la vocación de hortelano.
El punto en el que su vida hizo
click, que en su caso fue catacrock, ese momento en el que se decide lo que
será, ése que sólo ves de viejo cuando lo miras de lejos, ya con la historia
completa, fue un viaje con su jefe a Madrid, a visitar las casas de películas
por unos asuntos nunca aclarados. Fausto ya tenía veintitodos y un capitalillo
en el banco con el que empezar a pensar en pagar la entrada de una casa en la
que formar una familia. Lo que no había tenido nunca era novia. A bordo del
Seat 131 Supermirafiori rojo del jefe, con las ventanillas bajadas para
combatir casi nada el calor de un agosto que ponía borroso el paisaje y llenaba
el asfalto de espejuelos, hicieron todos y cada uno de los
800 kilómetros a la capital sin parar ni para sacudirse un poco el fuego.
Cuando pusieron el pie en la Gran Vía, ya con un brazo más negro que el otro para
todo el verano, se había formado una de esas noches prodigiosas del estío de
los rodríguez madrileños: pocos coches, mucha luna, algo de brisa, nada de
prisa. Así que, cuando el jefe dejó adivinar los verdaderos objetivos del viaje
dirigiéndose directamente del parking al Pasapoga, Fausto se dijo por qué no.
Desde
la puerta, mientras cumplimentaban al portero, que les cobró una pasta, le
llegó una risa que iba del arpeggio al jojojo sin transición. Venía de un grupo
de amigas que se despidían en el ropero de sus finas chaquetas decorativas y sus
bolsos de casi piel auténtica. Carmen no era la más bella del
grupo, quizás la que menos, pero había algo en su mirada que a Fausto no le
dejó ver ya más. Ni la orquesta en la que las versiones de Machín las cantaba
el propio Machín, ni las parejas que se unían y separaban en las cuatro pistas
al ritmo de los nonono caballero, ni los mármoles neocubistas de colores, ni
las butacas en curva de los reservados, aún con la marca de las posaderas de
Jorge Negrete y Ava Gardner, deidades del acomodador que, acodadas en la barra, esa noche le dieron un
poco igual. Los espejos versallescos y las lámparas diamantinas se pasaron toda
la noche multiplicando hasta el techo, tostada por los oros del
artesonado, la imagen de aquella chica flacucha, liviana y nerviosa, fanática
de lo que le llamara la atención, que lo hacía todo con todo el cuerpo:
reír, hablar, los morritos.
Sería
el acento, sería la planta garycooperiana, pero Carmen no dijo que no cuando Fausto la sacó
a bailar. Y tampoco cuando la invitó a un martini (“¡hasta arriba de
aceitunas!”) ni cuando le ofreció acompañarla a casa paseando. El resultado fue
que, cuando, días después, su jefe anunció que se volvía, Fausto declaró que se quedaba. Se
instaló en un hostal de la calle Mayor; cambiaba sus dos sombríos empleos por el
incierto firme de unos días radiantes de los que sólo sabía que le habían
deslumbrado hasta no ver más. En razzias nocturnas por la Gran Vía y paseos de
mediodía por las Vistillas, en incursiones al Segoviano y cócteles en Chicote,
gastó los tres mejores meses de su vida, unos en los que se levantaba con una
sensación irrompible de que todo estaba bien, hablara con quien hablara, viera
lo que viera; un drama en el cine, un posadero mal encarado, una resaca que le
volvía el estómago del reves, de todo se reían. Una fascinación tan gratis, tan
garantizada un día y otro, que pensó que el mundo ya era así para siempre.
También gastó todos sus ahorros sin preguntarse ni una sola vez qué pasaría
después. Y una tarde, mientras Carmen se abandonaba en sus brazos al abrigo de
una pérgola del Retiro, le comunicó que sólo le quedaban unas pesetas, que
tendría que empezar a pensar en cómo seguir financiando toda esa felicidad, que
era el momento de hablar de compromisos y futuros. La risa estrepitosa de
Carmen desapareció esa misma noche; todo su cuerpo se convirtió en un
aparatoso, fanático y apasionado no.
Para
cuando Fausto volvió al pueblo, en un crujiente vagón de quinta, ya le habían
sustituido en ambos trabajos, y lo único que le quedaba era una habitación
angosta en la opaca casa de su madre y un bocado de tierra cerrado de malezas
que había sido el huerto del abuelo.
domingo, 2 de abril de 2023
En forma
sábado, 1 de abril de 2023
Un cuento lleno de ruido y furia
Ahora entiendo eso de que es un suspiro. Una única respiración que va desde que te abren los pulmones a azotes hasta el cierre, cuando encienden las luces y suena Lily Marlene y el portero te saca a empujones. Y ves a lo lejos las exhalaciones redondas, cuando el sol calentaba hasta el fondo, cuando los abrazos traspasaban y oías cada nota de las canciones.
viernes, 3 de marzo de 2023
Prefiero tener suerte a tener buen corazón
Me dicen que si la llamo no lo va a coger. No he llamado ni
una vez desde que nos metió aquel gol en propia puerta, pero es bonito saber que
fantasea con que la llame para no cogerme. También que lo que pasa es que ella
no quería un novio, culpa mía por no notar las señales. La de no despegarse de
mí o la de retenerme por las buenas cuando decidía irme o la del dramón aquella
vez que le retrasé el vernos. También que está muy enfadada conmigo. Normal, es
indignante todo ese amor, el cuidadito y el sexo pródigo cuando estás esperando
que te traten como siempre.
Y es por eso que ya está, que ya estuvo. Que no me
vuelven a pillar en una de esas.
Qué tontería todo y qué desperdicio. Qué enorme estupidez pequeñísima. Como si nuestra felicidad dependiera de otra cosa que de nosotros mismos, como si le importara a alguien más.
domingo, 26 de febrero de 2023
Lo que pasó después no sé si te sorprenderá
Me había instalado en el ático de Mario para cuidarle los gatos y regarle las plantas. Me habían robado el móvil en esa playa de Cádiz que es mi preferida. Lo es por ese atardecer gratinado sobre el faro, pero también porque a pesar de ser sólo una playa (arena, cantos, olas nuevas iguales) siempre me escribe párrafos a la biografía. Por contar las más recientes, hace tres veranos aquella chica de ojos de fuego negro me hizo piececitos bajo la arena y yo no lo supe interpretar porque hace falta un doctorado para interpretar que te hagan piececitos en la arena. Luego, por vestirme de jipi (bolsillos anchos), en el segundo viaje del año, perdí las llaves del chalet y mi primo tuvo que saltar la valla porque yo no sabía ni dónde poner el pie. Hace dos, esa otra chica me besó en la orilla y se perdió conmigo entre las dunas y allí empezó toda aquella historia de amor eterno que duró en lo que le entretuve el verano. Este año, remontando un viaje que estaba saliendo a la virulé, llegábamos por fin a esa playa y a las estrellas y a las olas y a mi espíritu elevándose, cuando mi amigo se enfurruñó a la vez que yo perdía las llaves y las tarjetas y el dinero y todo se fue al suelo.
Para la historia es importante lo de que perdí el móvil,
porque tuve que hacerme con un número nuevo y se me ocurrió que con él podría
esquivar la condena de Tinder, que me tiene vetado para toda la eternidad porque, precisamente en
esa playa, Lucía y yo tuvimos la idea de ponernos juntos en una foto para hacer
amigüitas y alguien me denunció y cojito pa to la vida. Tinder ha cambiado y
hay muchas más mujeres con barba y otras maravillas, pero yo sigo siendo un
proscrito.
En Tinder he puesto de todo, fotos por el mundo, textos en
los que explicaba que era un viajero en el tiempo que buscaba a la chica que
iba a salvar el futuro… Pero esta vez sólo encontré una subasta de carne (hiperinflaccionada)
que daba perecita. Al principio puse unas fotos mías aparentes y un mensaje:
“En este mercado de la carne que es Tinder, me siento una acelga”. Con el éxito
habitual (ninguno). Pero luego se me ocurrió una idea, al principio, un chiste.
Busqué un par de imágenes de cadenas y látigos en Google, las primeras que salieron, y escribí una sola frase “¿Has pensado alguna vez en ser obediente?”. Lo que pasó
después, no sé si te sorprenderá. (pero en vez de contarlo voy a responder a
preguntas en los comentarios).
miércoles, 22 de febrero de 2023
Universos sueltos
Diréis que soy un veleta, pero ahora quiero montar una empresa. Tengo una idea millonaria en algo que sé hacer y sólo falta que quien tiene que poner la estructura también lo vea. Será un todo al revés, será menos tiempo para escribir, pero puede que entonces escriba más, que me conozco. Y, sobre todo, será un cambio de esos míos de cada cinco años, lo que duran los contratos de alquiler; de esos que necesito y en los que despierto al ave fénix que hay en mí. También podría ser salir de la cochambre y volver al modo ático en el barrio Salamanca, que no lo necesito, pero sería gracioso. En los prolegómenos me estoy viendo venir el infarto, ya van varias noches de taquicardia. A dos amigos, gente que me pide textos, les he oído este mes: es muy bueno, pero es vago. Perfeccionista les dije, vete a saber. Aquí se trata todo de delegar: estoy aprendiendo. Me voy mañana a México y teledirigiré con un mezcal en la mano por primera vez. Si no funciona, seguiremos con el plan anterior, me sentaré a escribir, terminaré los cinco libros en cola, volveré a coger sitio en el lado salvaje.
También está divertido este escribir en segunda persona, como si
hubiera alguien leyendo, cuando desde aquí se oye muy bien el eco.
miércoles, 28 de septiembre de 2022
Un verso suelto
De lejos me han parecido dos rumanos, por las pintas modestas fuera de tiempo. Pero no, son un cura y una monja, él, de negro entero, con alzacuellos sobre la camisa de manga corta: ella, con un vestido azul que no parecería un hábito si no estuviera rematado por un cordón blanco a la cintura. Debajo, una camiseta de una tonalidad de azul conjuntada que prueba que se viste mejor que yo. No lleva toca, sino una coleta que dice, a cara descubierta, que es guapa, y más que lo habrá sido, porque está en sus treinta. Ambos llevan el mismo modelo de sandalias, unas chanclas gruesas con mucho correaje. Sólo habla ella; él baja la cabeza, absorto en su oficio de escuchar. Lo de ella será más callar, así que no piensa dejar escapar esta oportunidad y este interlocutor. Por cómo gesticula, parece una mujer de acción, habla con determinación, aunque no le entiendo nada las tres veces que pasan junto a mí. A él, en su voz baja y salmodiosa le entiendo “abrazamos el caos que completa” en la única vez que mete baza, en la cuarta vuelta al parque.
¿De qué iglesia o congregación vendrán si no hay ninguna por
aquí? Antes, todo esto era campo, y los edficios feos arraigaron con mucha más
vitalidad que las iglesias feas de los 70, que cuando quisieron espabilar ya no
tenían hueco por este lado de Carabanchel. Hay un cementerio antiguo muy de afueras con
tapias que dan a mi casa y a este parque; ahí habrá una iglesia.
Yo lo llamo parque, pero son unas instalaciones deportivas
con bancos y árboles. Sólo
que casi nadie le da al deporte. A veces, unos mazaos derraman sobre la cancha los sobrantes de testosterona en unos partidos de futbito singularmente agresivos y ruidosos. Los niños endurecen sus calaveras en el parque infantil. Y una chica,
siempre la misma, solía hacer eses sobre la pista de patinaje, hoy no. Lo demás somos
jubilados, paseantes de perros, paseantes de ancianos, algún raro vagabundo y
algún más raro lector, o sea yo.
Me estoy comiendo un pastel y leo El libro doce de Carmen
Jodra hasta que me echan de allí la simultáneas conversaciones al móvil de la rubia rebotona
del perrazo dorado y de un tipo de camiseta negra heavy que, para no dejar de
liarse el porro, ha puesto en altavoz su discusión educada con la centroamericana que le quiere hacer una encuesta sobre tabacos. Pero antes, me
había dado tiempo a juguetear con la idea de leer versos sueltos, extirpados del poema, a ver qué tesoros me encontraba. Y, en lo que me levanto, ya tengo
rematada la idea: crear una cuenta de Twitter (@1versosuelto) para ponerlos en fila a ver si entre todos hacen un poema nuevo.
sábado, 23 de abril de 2022
No es fácil de contar.
No ha tenido ningún sentido. Sé, porque me lo tengo muy mirado, que las cosas no se hacen así. Terminé el libro en noviembre de 2020. En enero lo mandé a un agente, que tres meses después me dijo que no lo veía, y que, en estos tiempos, si no lo ven claro, nanay. Porque no es un libro para agentes, que buscan otras cosas, cosas de dinerito. Luego, de vez en cuando, lo mandaba a los concursos de los pueblos. Pero no es un libro para concursos, donde buscan otras cosas, cosas que no les compliquen mucho la vida. Que, dependiendo del concejal, son o bien que tengan aire de experimento o bien que avancen mascaditos y lineales (planteamiento, nudo, desenlace) para que se entiendan bien, para que nadie les pueda decir "pero qué carajo habéis premiado" antes de tirarles el pilón.
Así que, ahora ya sí que sí, vamos al turrón. Lo voy a mandar a editoriales que no me lo han pedido, porque en cada editorial buscan una cosa y quién sabe. Y cuando eso falle, me lo autoeditaré. He hecho un texto de presentación para las editoriales que ya sé que es demasiado largo, pero que espero que sintonice con alguien, con una sola persona me valdría. Aquí va:
No es fácil de contar. Sale un jípster de pueblo, pero no es
ese hípster ni es esa España vacía; hay una verbena, pero no es Feria; aparece
un tipo en burro, pero no es Panza de burro. Todo empieza con una historia de
amistad y descubrimiento que rompe la superficie de espejo de una piscina
helada, con agua de pozo, en la estepa pinariega castellana.
Hay cinco historias en las que, sin salir de ese pueblo, se
viven los fogonazos de una primera amistad adolescente y un primer amor; una ruptura y la locura de su depresión
vistas desde dentro; la nada de los modernos malasañeros vista desde fuera; un
caso detectivesco sobrenatural (o no) en el que el bien y el mal se tocan tanto
que se confunden; y una pelea entre la cocina tradicional y la tecnoemocional en
la que todos salimos perdiendo. Y luego está el capítulo final, en el que todo y
todos confluyen para darle un nuevo sentido a lo que hasta entonces eran
trocitos de vida pueblerina deslavazados a lo largo del camino. Y, después de eso, nada (y cuando
digo nada es NADA) volverá a ser como lo conocemos. En este libro, lleno de
referencias y juegos, todos los finales son abruptos y le dan un nuevo sentido
a lo que acabamos de leer.
Y hay 7 protagonistas: cinco son masculinos y uno es femenino, Diana.
Al principio, ella es un personaje de la vida de los demás, que la cuentan a su
modo. Pero en el último capítulo se explica y su punto de vista lo vuelve a
cambiar todo. Digamos que se apropia de la polisemia de su nombre, Diana, para pasar de
ser el objetivo de los amores y humores de los demás al toque de corneta que
despertará a todos, incluída ella misma. Así que también se puede leer como un
historial de relaciones fallidas o como la evolución del amor entre la adolescencia
y la madurez o como un relato de las distancias entre las miradas de los
otros y la del yo o como…
¿Y el séptimo personaje? ese es el pueblo. Uno concreto, que sale por todas partes y se cuenta más a fondo en un prólogo que lo retrata y en los pequeños textos
que dividen los capítulos (los ambigús) a través de momentos de su historia detenidos en el tiempo. Un pueblo, y eso es una novedad, que se cuenta de una manera que no es condescendiente
ni exotizante, pero que sí que está llena de vida, una vida hecha
de pasados y futuros resintonizados en el presente, como todas las vidas.
viernes, 22 de abril de 2022
Tú estarás muy buena, pero yo he leído a Faulkner
Todo es el punto de vista.
Por ejemplo, soy un dios, lo que pasa es que se me olvida
mucho. Creo mundos cuando escribo y quien no se entusiasma al leerme es que no
puede entenderlo, no sabe, no lo tiene. Sobrevuelo a toda la gente de este
garito, de esta ciudad, en ocasiones, de este mundo. Veo las cosas como son, porque
las veo desde arriba, desde fuera, todo es de cristal para mí. Y ni siquiera lo
entienden cuando se lo explico (¿por qué lo hago?) hasta que me convenzo de que
seré yo el equivocado. Pero no lo soy.
Por ejemplo, sé de siempre que las relaciones son la mentira
universal, que sólo me alejan de la hoguera que soy, que sólo me castran, que
me dedicaré a hacerlas felices e iré dejando ahí la incandescencia sagrada que me pertenece. Que nadie va a entender de verdad lo que quiero hacer, sólo van
a isuponer que algo de mi brilli terminará espolvoreándolas, pero no imaginan
la escala del fulgor, porque los sistemas con que lo miden,
las materias con que lo comparan, son de otro planeta. El mío nunca lo han pisado.
Cuando se trate de follar, diré que tengo un millón de euros en el banco, qué
más da, esa es la métrica que quieren oír. Cuando se trate de otra cosa, me
recordaré que he renunciado a todo, como un cartujo, por algo, y que no voy a
regalarme ahora por las migajas sólo porque fuera esté lloviendo y buah.
El punto de vista lo es todo: recuerda desde dónde escribir.
jueves, 14 de abril de 2022
miércoles, 13 de abril de 2022
Disneylandia todos los días (posible título)
En el duermevela no recordaba el nombre de mi madre. Me salía Lolita, pero me sonaba raro. Loli, era Loli y me ha costado llegar a Loli. Así la llamaban sus amigas, sus hermanos, ¿su madre? Sí, seguro que su madre también. Tengo un puñado de recuerdos de ella, estuve 19 años con ella, que como fueron los primeros se supone que cuentan más, que se graban del todo. Pero también están lejos y muchos se quedaron donde no tenía lo que en el cole llamaban "uso de razón". Resulta que no sé si la conozco, pero me estaba preguntando si me conocía ella a mí. Recuerdo estar los dos en el balcón mirando los tejados de la ciudad, los montes alrededor, desde el octavo piso. ¿Estábamos en silencio mirando el atardecer? ¿Puede que por eso me gusten tanto todos los atardeceres? ¿El mejor momento de mi vida, el de más paz fue cuando me acariciaba el pelo y la nuca apoyado sobre su orejero, ese sillón que tuvo tantas ganas de tener? Puede que por eso me enganche a las chicas que me acarician la nuca o que potencialmente quizás algún día lo hagan. ¿Éramos dos desconocidos?
Me paso la vida haciendo cosas que ocupen mi cabeza para no
pensar, porque para mí pensar es recordar y recordar es un dolor, porque los
recuerdos están hasta arriba de quienes no están, que cada vez son más, y más
importantes, porque ya no está casi nadie. Así que ahora juego al póker, pero
antes bebía de más o leía compulsivamente o me enganché a series sin descanso, o
a las tragaperras, con la poca épica que tiene eso. En los mejores casos, he escrito, pero supongo que eso no me
desengancha de los recuerdos, porque casi nunca es el método que elijo.
David me decía que me ahorrara lo del sicólogo y que le invitara a una caña y le contara las cosas a él, que era más barato. Ahora David tiene una novia nueva y quiere que funcione. Solo le vi unos minutos, pero está claro que quiere que funcione, no quiere equivocarse ni dar un mal paso. ¿Estuve yo así este verano? Exactamente así. Supongo que lo alternaba con mi fatalista “las cosas se terminan y no hay nada que hacer, así que no lo sufras”. Pero sí, estaba viviendo en ella, en su piel, por lo que recuerdo. Y era la manera más efectiva de no recordar, estuve todo el rato mirando al frente, mirando alrededor, viendo. Fue un relámpago, con todos los componentes de un relámpago, como lo que tienen de inesperado. No sé de dónde vino ni lo sabré nunca, porque, con los relámpagos y con los chistes pasa que si les buscas la explicación te dejas fuera lo que los hace ser lo que son: la chispa.
“Piensas que las relaciones son Disneylandia” fue su despedida. Pues claro, fue el recreo de mis campos de concentración habituales, abrir los ojos por fin, ver a alguien que además me veía. Disneylandia todos los días (posible título). Pero no, no es una broma, no ha tenido nada de ligero y, cuando cerraron el parque y me sacaron de allí a empujones, todas las veces en las que me han expulsado de todas las disneylandias volvieron conmigo. Y va siendo hora de dejar de decir y decirme que todo está más o menos bien, que no es como la otra vez, porque llevo ya meses viviendo en una partida de póker continua donde no hay que pensar, no se recuerda, no duele. La vida va pasando y no la quiero vivir. Hoy me he levantado con un dolor en el pecho y habrá que llamar al médico y pedir las pastillas aquellas antes de que se vaya todo al carajo definitivamente. Habrá que amortiguar el efecto de todos los recuerdos de todos los tiempos para aprender a vivir fuera de Disneylandia otra vez.
lunes, 29 de noviembre de 2021
con tus piernas ardiendo en el salpicadero
Voy a aguantar lo que me eches,
No me iré así -le dije-
Porque vale la pena
Aunque no suene demasiado sexy.
No me dejes estropearlo
-eso me dijo-.
Yo voy a levantar un parapeto
Insuperable para tu fuego amigo
-eso no se lo dije-
Yo voy a pelear contra demonios míos
No les alentaré ni daré cuerpo
Ni les voy a prestar los argumentos
-eso sí que nunca me lo dijo-
Ahora
Pienso mucho en la muerte,
Aunque no suene demasiado sexy
viernes, 1 de octubre de 2021
A ti te ocurre algo, yo entiendo de estas cosas
Me levanté con la idea de ir directo al gimnasio. Llevaba las gafas de nadar, por si me decidía, pero al final, como siempre, me metí en la piscina de chorros. Sentado en esa especie de jacuzzi con hechuras de baño romano, a un lado tenía las pistas de pádel y al otro el ventanal del gimnasio, en el primer piso. En la pista de dobles, tres chicos que se habían puesto lo primero que habían pillado, y una chica sobreequipada, con unas gafas de sol azuladas. Era la única que estaba tensa, seguía a la pelota con cabeceos de depredador, pero nunca le llegaba. Cuando por fin le lanzaron una, ni la olió, y se puso a quejarse de algo que no entendí.
El largo cristal que da al gimnasio es un retablo en el que la humanidad se acuclilla, se encoge o se estira para empujar plataformas y tirar de poleas. Mirarlo me relaja, pero, a veces, el esfuerzo lo hace alguna chica modelada en bronce o en plastilina que me produce el efecto contrario.
Salgo a la calle, compro dos pasteles, esquivo a un par de perros que me ladran y me siento a comer con un libro de diarios en un banco que tiene algo de sol y algo de sombra. Una señora pasa con su perro en miniatura por el medio de una pista en la que practican unas preadolescentes con patines en línea y se lleva una reprimenda zafia, con tono alto y bronco, que versa sobre la educación de los mayores. Cuando se van, su lugar lo ocupa una entusiasta madre primeriza con un niño que ha aprendido a andar hace nada.. Se ponen a una distancia corta y ella le tira despacio una pelota de colorines que él mira pasar con un movimiento de cabeza. “¡Cógela! ¡venga, a por ella!”, le grita la madre, motivada y cantarina. Él, mira a la madre y mira alejarse la pelota. Y los vuelve a mirar y los vuelve a mirar y la madre le sigue gritando que la persiga y no se mueve del sitio. No sabe cómo le entiendo.
miércoles, 29 de septiembre de 2021
Se está haciendo de noche demasiado pronto
En un mes cumplo años y no sé cuántos cumplo. He cogido el año en que nací y me he puesto a hacer cuentas, primero con los dedos. Sigo sin tenerlo claro. Si ni siquiera recuerdo la cifra ¿Cómo iba a acordarme de todo lo que pasó? Hubo días buenos a montones y ojalá estuvieran aquí, aunque fuera solo en recuerdo. Ojalá convocarlos para que me hicieran compañía en una tarde polvorienta como ésta, en la que lo que sí que recuerdo, el día de hoy y un poco el de ayer, no significa nada, y se está haciendo de noche demasiado pronto sin que ni un solo minuto haya valido el desgaste celular de vivirlo.
(Fragmento del libro que no será "Transhumante")
martes, 28 de septiembre de 2021
Pequeñas grandezas
A un pueblo le pueden quedar grandes las palabras ayuntamiento, afueras, plaza. Pero nunca acequia, fuente, montaña. Pueblo misma siempre le está bien.
viernes, 24 de septiembre de 2021
Querido lector, te voy a pedir un favor
Querida lectora, te voy a pedir un favor. Hacía lustros que no lo hacía, casi décadas ya, y esta vez no va a ser sexo. La cosa es ésta: empecé a escribir una novela que formaba parte de un proyecto un poco más grande y complicado. El proyecto se desinfló, pero yo ya tengo el esquema, sé lo que quiero contar y cómo, y hasta tengo el arranque del libro. Seguir con ello me complica un poco la vida, tengo que desandar algunos caminos, pero la verdad es que es la idea que mejor cocinada tengo en la cabeza. El tema en el que deriva después (tiene que ver con el vino) me gusta y no. Si no sigo, siempre lo puedo cambiar por escribir otro desde cero. Eso también me pone.
Así que el favor es éste: leas cuando leas esto, ya sea ahora o dentro de unos meses, ¿podrías ser tan amable de contarme qué te ha parecido? La pregunta principal es ¿Te ha dado ganas de seguir leyendo? y luego ya si eso puedes contarme otras cosas: qué te han parecido los personajes, a quién te recuerdan, si el estilo te resuena a algo... lo que quieras contarme.
Aquí va la primera parte del Capítulo 1. Transcurre en una casucha molinera de El Puerto de Santa María, en los 90.
La última palabra que el tío la Raya invocó en este mundo fue “ge”, la letra ge. Estaba tan en las últimas que ya no hablaba más que ronquidos. Le habían apuntado el alfabeto en el orden que Dios les dio a entender sobre el dorso de un cartel de los toros, para que señalara letras. Como quiera que tardara mucho en alzar el brazo para ir de la primera a la segunda, sus deudos trataban de adivinar lo que decía sólo con la inicial, al principio por ser solícitos, y luego porque ya no sabían cómo entretener las horas. Se conocían de memoria los desconchones del yeso de la pared y la cara de fastidio del Cristo que quería escapar del crucifijo y los rayones en los hierros retorcidos del cabecero de la cama, muescas de cada una de las concepciones de los 7 hijos del moribundo. Al final, le quitaban enseguida el cartel y se lanzaban todos con entusiasmo a esa versión expirante del veo-veo que añadía a la colección de síntomas definitivos del patriarca de los Ralla el mal humor, aunque no lo podía decir, como todo lo demás.
Todos evitaron escrupulosamente pronunciar las dos palabras
más probables: g’ucha, porque habían esquilmado los exiguos ahorros del cerdito
del patriarca en las últimas semanas, y g’amón, del que ya sólo quedaba el
hueso, y se lanzaron a agotar el diccionario, empezando por las palabras que
nombraban los objetos más cercanos y acabando en el disparate: de la g’acha y
el g’arrrón a la genuflexión y un g’amelgo. Expiró con esta última, pensando
que eran todos unos borricos.
Los velatorios tienen eso de que vienen tantos vecinos del pueblo y tantos primos a los que no veías desde nosequé boda que al final lo único que se te ocurre es el relato riguroso y pormenorizado de lo que pasó en esas últimas horas. Y así, el misterio de la ge se convirtió en la parte culminante del relato y fue pasando de corrillo en corrillo “lo último que dijo fue ge”, “sus últimas palabras fueron ge ge”, “se despidió de mundo con jejeje”. Y la hilaridad se fue contagiando por la casa y se pasó del jejeje a las grandes risotadas y los que iban entrando se encontraban a los que ya estaban allí llorando de la risa y se unían sin saber por qué, sin que nadie pudiera parar las carcajadas hasta mucho después de que se metiera por fin al finado en el hoyo.
Como fuera un año tirando a yermo en lo tocante a cosas de
reír, el letrista de la chirigota carnavalera más malafollá del pueblo, la que reunía
corros que paraban el tráfico, se quedó con la copla para una de las suyas:
No vea el cashondeo la última hora del tío la Raya
Que como andaba tieso dijo una letra en ve unas palabras
Nadie en El Puerto supo cuál era el punto que el tío la Raya
iba señalando
Y su mujer pensaba “hay que ve el hombre, que todavía lo
está buscando”
Y el estribillo
Ge Ge Ge, si no es un punto no sé lo que é
Y así entró en la orfandad Bruno Ralla a los 11 años, con un
rencor hacia todo su pueblo que solo veía él, uno que se exacerbaba cada vez
que le lanzaban el cuplé borde en el patio de la escuela. Tampoco en casa
llevaba bien la desgracia de no ser siquiera el pequeño: era el sexto, el
penúltimo. Con tanta gente, aquello siempre había sido más una selva que un
hogar, pero ahora, sin su padre, un poco más. Y él era el roedor de abajo de la
pirámide alimenticia, el que solo sirve para un aperitivo. Severo, Amadeo, Pío,
Benedicta, Nieves y Roque, todos sus hermanos mandaban más que él. Todos habían
sido bautizados mirando el santoral que venía en el Calendario Zaragozano de agosto,
porque todos habían nacido justo 9 meses después de los primeros fríos que
llegaban a El Puerto. Él en cambio, era el caso raro de octubre.
Cuando al tío la Raya le preguntaban cuántos hijos tenía
solía contestar que unos 6 ó 7, que no sabía, porque se movían mucho, pero que
lo que sí que sabía es que comían a mala leche. Para hacer frente a esa inquina
alimentaria, el padre de Bruno saltaba todos los mediodías de la cama con...
(Continuará)
(O no)
jueves, 23 de septiembre de 2021
Los seis sentidos
El espejismo de polvo que levantaban los pies frente al columpio solitario y, más allá, el agudo olor a trébol masacrado del césped en cuesta y, más allá, el clocleo incontable de la manguera amarilla que llenaba la piscina y, más allá, una madre con los brazos apoyados en la barandilla del balcón.
El fogonazo alto y seco de los dados golpeando contra el velador
de mármol manchado de calimocho de la taberna de Bilbao con altura de almacén
donde descubrí que la amistad iba de cambiar las letras de las canciones o
buscarle la risa a una frase cualquiera de alguien a quien estabas conociendo.
El fado en el patio del castillo de Lisboa que puso triste a
la luna.
El primer trago del vino rasposo que hizo de gloria por
dentro y aportó la mitad de la irrealidad al taller del alquimista en la aldea
de León.
Los sonidos de fuera de la tienda de campaña en aquella ladera
del Cantábrico, los que trajeron pesadillas, o puede que no lo fueran, en las
que una manada de lobos rasgaba la tela y me devoraba.
Los dos dedos que pasaron la noche entera resbalando por su
espalda tostada.
martes, 21 de septiembre de 2021
Ciudadano vyf
A los 10, los Reyes Magos me trajeron un juego de imprenta. Los tipos se colocaban uno por uno en un soporte, luego los mojabas en tinta y ya tenías un párrafo. Las letras ya no tenían mi esforzada caligrafía de tes altas y ges orondas, eran las oficiales, las que tenían la misma forma, las de decir cosas importantes. Me vi tan poderoso que, a los 12, mi madre me regaló la máquina de escribir azul con la que había hecho de secretaria para mi abuelo en la compañía de seguros. Ya podía escribir un cuento. A los 18 conseguí una máquina eléctrica. Las letras pasaban por una pantalla enana y se podían corregir. Se acabaron los tachones, yo ya era una editorial entera. A los 21 llegó el primer ordenador, hice mi página web y, al poco, mi primer blog. Tenía un medio de comunicación.
lunes, 20 de septiembre de 2021
Las esferas celestes y el barro
Durante estos diez días me he despertado todas la mañanas pensando en tus besos, tu piel, tus abrazos... Eso enseguida evolucionaba a la otra cosa. Y me acordaba del maratón en tu sofá, del día en que te vendé los ojos... de ese sexo imbatible del que también nos estás despidiendo ahora. No sé cómo será a partir de hoy. Espero no levantarme pensando en eso porque va a ser duro. En un par de acepciones. Ninguna buena.
Una de esas mañanas di en pensar en aquella noche en que, camino del chiringuito de La Rubia, en Los Caños, nos quedamos a mitad de camino, en las dunas. Como es uno de mis recuerdos favoritos me vine arriba. En varias acepciones. Me puse muy optimista. Y pensé en dos cosas. La primera fue la palabra compromiso. Pensé que por qué no arriesgar, que no quería una relación abierta ni malasañera, rendirme ante la primera dificultad, porque eso ya lo he hecho. Quería comprometerme, usar palabras como construir, pelear, trabajar. Quería que te comprometieras, ya te lo había pedido, que para la próxima bronca cogieras la puerta que siempre te dejo abierta y que la usaras. Y me dijiste que sí, que lo harías. Quería algo sólido y duradero, saber que no nos íbamos a rendir. Es más o menos lo que he estado haciendo desde el principio, sólo que quería que lo tuviésemos mucho más claro.
La segunda cosa fue venirme todavía mucho más arriba. Fue pensar en que contigo podía empezar la mejor etapa de mi vida, porque iba a pedirte que hicieras algo que se te da muy bien, que me aportaras tu criterio para todos los proyectos que tengo en mi cabeza y en los post it de la pared. No ponerte a currar, sólo que les echaras un ojo y me ayudaras con el orden y las prioridades. A no perder el foco, a no perderme. A decirme "tira por aquí". Y pensé que sólo eso ya podría convertirlo todo en una edad de oro, que si conseguíamos eso yo iba a ser muy feliz y te iba a hacer muy feliz. Así de arriba me vine,
Las cosas que estaba pensando mientras tú ya habías pensado que NO, ¿eh? Mientras tú te recordabas que no querías un novio, que qué movida, puf. Yo tampoco quería una pareja, pero no llegó una pareja, llegaste tú. Tú y yo. Y eso sorprendentemente sí que me valía. Creía (creo) que esto era diferente. No sé ni lo que carajos ha pasado. Sigo sin creerme que encontráramos un billete de lotería premiado y le hayas dado una patada.
Te tenía que haber dicho eso, cualquier cosa hubiera sido mejor que ese hablar de temas generales. Y sí, venía con mis dos puntos celestiales en la cabeza (compromiso + trabajar juntos), pero tú respuesta a mi primera frase me dejó claro que en cuanto sacara el tema sería como un ovni aterrizando en una charca, que la cosa no iba a ir de esferas celestes si no de barro. Querías barro. El barro hubiera sido mucho mejor.
viernes, 17 de septiembre de 2021
La nevada
Hace unos meses de la nevada del siglo y ya parece un siglo. La vi venir por la ventana. La vi limpiar de blanco lo que antes era negrísimo. Seguí a lo mío, que era un absurdo reportaje sobre las radiantes piedras mayas de las selvas asfixiantes de Guatemala, donde nunca he estado. Pensé: “nieve, ya la he visto antes” y seguí a lo mío. Al final tuve que salir a la tintorería que, claro, estaba cerrada, porque nadie más había seguido a lo suyo. Iba por el medio de una calle sin coches pisando nieve que nadie había pisado, con consistencia de mousse de limón y sonido de cereales en leche. No había desayunado. Un grupo hacía una guerra de bolas de lado a lado de la calle. Dos niñas estaban tiradas en el medio haciendo un ángel con las manos y las piernas. Yo también había visto eso en una película. Me asomé al río y aquello era una cabalgata: paseantes, escultores de muñecos, patinadores de cualquier cosa. La gente estaba tan asombrada y la felicidad era tan básica, tan gratis, tan sin hacer nada, que me empezó a subir desde las patas a mí también. Estuve dos horas visitándolo todo. Le pedí a una pareja que me hiciera una foto con un muñeco de nieve que no había hecho yo, uno que sonreía desopiladamente. Cogí un puñado de ampos e hice una bola grandecita. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía a quién tirársela.
jueves, 16 de septiembre de 2021
Transhumante
Ayer me llegó un documento de la Audiencia Nacional para que les llevará mi ordenador, porque Villarejo me había mandado unos documentos confidenciales hace unas semanas. Fue entonces cuando me acordé de que ni los había abierto. Iba a entregarles un portátil que ya no uso, pero tenía una uña astillada y me senté cerca de la ventana para limármelas todas. La décima me quedó más baja que la otras y volví a empezar. Eso es lo que hice ayer.
(Fragmento del libro que no será "Transhumante")
miércoles, 15 de septiembre de 2021
Cuando Ícaro subió
Ideas para la revista de historia:
Cuando Icaro subió y derritió la cera que unía sus plumas y
cayó, sólo estaba jugando. A dios o a pájaro. El que no se conformaba con ser
un hombre que hacía cosas de hombre era su padre, Dédalo, que, según versiones,
puso a los humanos a volar, a correr sobre las aguas, a perderse y a bailar:
inventó las alas, las velas, los laberintos y las pistas de baile. Puede que
intentara ser un dios, un dios con prisa que quería ganar todas las carreras. O
tal vez sólo quería ser un pato.
La perrita Laika, en 1957, fue la primera terrícola que
salió de la tierra y salió del cielo. La eligieron porque era capaz de hacer
cosas que los hombres no: pasaba los inviernos desnuda en las calles de Moscú y, cada año, vencía a Ded Moroz, el Abuelo Frío, el dios eslavo que lo helaba todo
con un golpe de bastón. Los herederos de Dédalo la metieron en un armazón de
metal que se calentó hasta acabar con su vuelo. Su último ladrido lo oyeron los
que la habían metido en ese lío, y decía que ella nunca había querido llegar
tan lejos.
La madre de Ralph Waldo Emerson, viuda, vivía de la caridad
y de los huéspedes. A sus hijos les consiguió una beca de estudios. A Ralph, en
la Harvard Divinity School, le obligaron a cambio al fangoso trabajo de mensajero
aprendiz, que en la práctica suponía ser el chivato de la clase. Durante toda
su vida, se fue mudando cada vez más al sur, en busca del
calor. Le mató el frío. De muy joven, cambió la teología por la
ciencia, Dios por el hombre como centro de la verdad. Fue en una visita al Jardin
des Plantes de París donde entendió la conexión de todas las cosas y quiso
aprender su lenguaje. Dejaron de invitarle a dar conferencias en su universidad el día que aseguró que Jesús no era Dios, que sólo fue un gran tipo. Creía en que el hombre
es infinito, en que tiene que obedecer la ley sagrada de su propia naturaleza para
alcanzar todo su potencial. En que el alma humana es autosuficiente, poderosa y
perfecta, el lugar en el que todas las cosas se unen y cobran sentido. Lo escribió:
“un hombre es un dios en ruinas”.
(Fragmento del libro que no será "Transhumante")
lunes, 13 de septiembre de 2021
Sed
Hay un punto arriba del todo, justo donde se desbordan sus flores tatuadas, entre el tope de la espalda y el nacimiento del pelo; una cueva que huele fresca y herbácea, el oasis donde siempre encuentro un nuevo espejismo.
Los demás lugares ya los he visto.
sábado, 7 de agosto de 2021
Helado y desesperanzado; cayéndome de sueño sobre el banco de la parada de autobús de este pueblo tan árido como mi futuro. Pero no me puedo dormir en las próximas cinco horas, todas las que quedan de noche, si no quiero despertarme sin maletas y volver a la casilla de salida. Todos los perros de todas las sierras ladran a lo lejos y el ardor hociquea mi estómago y la náusea muerde y mastica. La orquesta del Titanic venía poniendo las música de fondo a este último gran buque, como para no oírla, y ya no me pregunto si, al estilo romántico, era mi estado de ánimo el que le quitaba y le ponía al paisaje de Almería la belleza desnuda y el ascetismo exuberante; los espejismos onduladores y la trompeta de chicharras: sí, lo era.
Demasiado barato estoy pagando tanto tontismo de baba, que lo estabas poniendo todoperdido de nubes y flores, a estas alturas, pedazo de iluso.
Que no se te olvide esta noche.
miércoles, 7 de julio de 2021
Lampo
Hoy nadie me ha dicho que mis ojos marrones son verdes canica
Nadie me ha ofrecido barra libre de su cuerpo
Tampoco he perdido la voz berreando un disco entero de Los Ronaldos
Ni le he llamado a nadie bruja espacial
Nadie me ha parecido noqueántemente sexi en sudadera ni abroncando a gente por teléfono
A nadie le he tapado los ojos cuando conducía a 140 para limpiarle una gota de sudor de la frente ("ay, perdón")
Nadie me ha besado con todo el cuerpo
Nadie me ha arañado un poco la espalda, como con cuidado, mientras me gritaba al oído
No he tenido que elegir entre si prefiero su desnudez de salir del agua entre las rocas o la de entrar
Hoy nadie me ha dicho que huelo bien, como dulce
Nadie ha elaborado el astuto plan maestro diario de dejarme dormido en un mueble para mudarse tiernamente de puntillas a otro
Nadie me ha dicho "no te flipes"
Nadie me ha dicho "me vuelves loca señor vyf"
Nadie me ha sonreído todas las veces que me ha mirado
Nadie me ha sacado los tanques para discutir sobre La la land
No he repasado cada milímetro de la cara de nadie mientras dormía
Tampoco me han besado por primera vez y sin venir a cuento en la arena, a la luz de la luna llena con las olas rompiendo a nuestros pies, con todos los tópicos a la vez trasmutados en lo nunca visto
Nadie me ha llevado a naufragar con ella en una cabaña perdida entre los árboles, las vacas, los campos secos y las flores pimpantes
Nadie ha preferido seguir besándome a recuperar unas gafas de sol que se han caído por un barranco
Nadie se ha estremecido con un roce
Nadie me ha dicho "no me dejes estropearlo"
Hoy no le he dicho a nadie que cuando quiera y donde quiera, que como si me cita a las 4 de la mañana en una rotonda
Nadie se ha frotado contra mí cuando pasaba cerca
Nadie ha llorado de la risa con el relato de mi cronología sexual más reciente
No he espiado a nadie en la ducha
Ni nadie se ha metido conmigo en la ducha
Nadie me ha dicho "me fascinas"
Hoy no le he encontrado un uso nuevo a una mesa de merendero
No me he reído con nadie hablando de criptofalangismos propios y memeces generacionales ajenas
Nadie me ha ronroneado en el cuello mientras le redibujaba uno por uno los tatuajes de la espalda
No me han dicho "cuando estás contento todo te sabe rico" y sólo he pensado en una cosa
No le he leído el pensamiento a nadie
Ni he cambiado todos los planes sobre la marcha para que todo saliera sobrenaturalmente bien
Nadie me ha dicho que iba a huir, que de hecho ya estaba huyendo, para más tarde despertarme a besos y luego
huir.
martes, 23 de febrero de 2021
Querida Chica Confetti:
Ya no es sólo la voltereta del estómago al leer tu inesperado nombre en el remite, es un cronovuelco completo. He vuelto a ser el de entonces mientras te leía sólo porque eras tú quien lo había escrito. El tipo excesivo que sólo perseguía los fuegos artificiales y te quería arrastrar en esa búsqueda agotadora, infinita y feliz. Luego, he querido alargar la sensación entrando a tu blog, porque sabía que ahí tenía que estar ese texto nostálgico que estaba. Si a mí ya no se me reconoce aquél ni de muy lejos, no quiero imaginar cuánto habrás cambiado tú. Yo doy unas pistas por aquí, tú das otras por allá. Entre líneas atisbo que tus peripecias de los últimos años se parecen más a las mías de lo que se parecieron nunca entonces. Despejarlas en unas pocas líneas sería trocearlas y jibarizarlas de una manera que probablemente no se merezcan. Y, además, parece inútil, parece que más que un camino nuevo has abierto los ojos para mirar al que pisabas, y que antes lo que hubo fueron más resoluciones que soluciones, más preguntas que respuestas. Siempre las hay. Puede que vuelvan o puede que no se hayan ido. Pero tú estarás un pasito más allá.
Quieres saber de mí: en ésta, mi última encarnación, toda
aquella persecución estelar se ha convertido en un recoger flores, en fila de a
pocas, pero a ser posible a diario. Esas flores son parrafitos con los que se
van formando libros, que era lo que más quería, sólo que ahora sé cómo se hace
y lo que no hay que hacer. Visto desde aquí, entonces estaba buscándome la vida
de ahora. No empecé por el tejado, si no un poco más arriba, y desde ahí estaba
chupado caerse. Vino el trastazo y vino el recoger los trozos, muy
desperdigados, y está bien volver a tenerlos casi todos y pegarlos en el orden
que surja, el que pide el cuerpo ahora. O eso nos decimos. Pero qué importan
los propósitos y las anotaciones. No se me olvida que volé. Algunas veces
contigo. Las mejores, tal vez. Y cómo era la vista desde ahí arriba.
domingo, 7 de febrero de 2021
Mal buen rollo en Formentera
Llevo sólo medio día en Formentera, me he sentado a comer unas vainas fresquísimas con jamón en el restaurante de la plaza, le he dado un trago al vino, que estaba muy seco para haber llegado por mar, y he pensado que éste era uno de esos sitios cadavezmenos en los que me podría quedar a vivir.
Y, a los cinco minutos, se me mete dentro del tórax y me sube a la cabeza un terror, uno nuevo y apabullante, y me pongo a escribirlo sobre la marcha, a escribir esto. La sensación es la de que la gente con la que me voy a ver luego y la de mañana pueden ver a través de mí y darse cuenta de que qué estoy haciendo, que estoy entrevistando a representantes de una isla que es un pueblo y no tienen nada que decir, ni yo tampoco. La variable periodista de baja estofa del síndrome del impostor, antes llamado tener criterio. Esto es nuevo, un terror que se debe a la isla, a sus 15 kilómetros de lado a lado, a no poder salir de la gente. Lo bautizaría insuloclaustrofobia, pero no quisiera pillar una hipopotomonstrosesquipedaliofobia.
Porque, por lo demás, la cosa no iba mal. Ayer entregué un reportaje sobre Delibes que me han celebrado como si fuera bueno de verdad (y como si lo hubiera entregado en fecha) y este viaje lo he empezado como se hace en estos casos, perdido como un pollito de secano en el puerto. Forzándome el sentir cosas al hacerme a la mar rollo "arranca la aventura": salida a la cubierta sin cubierta, cara al viento, mirada fija al horizonte, como de exprimidor ante una naranja azul; andares de hacer como que no temes caer al agua.
La dueña del hostal, entre alojarme en las habitaciones que dan al Mediterráneo, misterioso de ahogados, y las que dan a la calle, misteriosas de isleños desahogados, ha elegido tirar por el callejón del medio, que es donde me ubica, con vistas a una pared y una alcantarilla. Formidable fenicia, se ha llevado un mal rato cuando le he contado que la bici me la habían alquilado en otra isla, siendo que ella las alquila (o sea, que se lleva una comisión de otro que sí que las alquila). La peor habitación de su pulgoso hotel vacío ya me la había adjudicado sólo con mirarme y echarme cuentas de la cabeza a los pies.
Luego he ido a ver una plantación de aromáticas, que es el nombre táctico de las plantas que, además de oler bien, se pueden vender. Y una higuera senecta. La chica que me lo estaba enseñando no sabía muy bien qué decir, aparte de que era muy vieja y tenía muchas ramas y estaban muy bien sujetas con palos y daban sombra a las bestias entre las que supongo que estarán los payeses. Y a mí la higuera me parece muy vieja y muy venerable y las ramas muy retorcidas y la sombra apetecible, pero como no puedo tumbarme ni escalar ni comer higos tampoco sé muy bien qué decir. Y nos lo decimos. No sé qué más decirte. Ni yo tampoco. Casi consigo que cumplamos con lo que se espera de nosotros (¿quién?) preguntando cómo de vieja es la higuera, pero, antes de que lo haga, ella me dice que no sabe cómo de vieja es la higuera. Nos quedamos callados otra vez y nos da un poco igual, aunque lo cierto es que parece muy anciana, como sus brazos y su sombra.
Y con todo esto, en el momento feliz en que dejo la bici eléctrica con la que los caminos se están haciendo solos y meto el tenedor en el huevo pochado de las judías con jamón; en el rato beato que media entre la primera cerveza y el segundo vino; en el instante en que el aire se arremolina sobre mi aura para refrescar lo suyo es cuando el terror de haberme jibarizado, de quedarme para siempre miniatura como la isla, me pisotea un poco y me expulsa de Formentera. Me queda día y medio.
domingo, 22 de noviembre de 2020
No te hablaré de eso
Recuerdo cómo era con tus ex,
cuando el retrovisor de espejismos patéticos
que al menos te follabas. Pero ya no eres esa.
Te hablaré de deseo, que lo inventaste tú
y ahora es la lengua muerta.
me vuelan pajaritos en las venas,
sucias bandadas cuánticas que alzan
el peso de tu pecho galleta y huevo frito,
la selva y humedal de pegajoso acento
con que siempre me tumba tu fantasma.
a veces tres por día o cuatro o cinco,
las que pida la coca, el redbull, la resaca.
La contabilidad del holocausto
es tan agotadora como un cielo estrellado,
la arena de la playa y las gotas del mar
y el Eclesiastés de los cojones.
La cuenta es de diez años
por doscientos cincuenta
millones de individuos
por trescientos sesenta
y cinco días.
Sale casi un billón,
con b de absurdo,
de espermatozoides despeñados
desde que no hemos vuelto a hablar de eso.
jueves, 5 de noviembre de 2020
Mofeta en su tierra
Pues ya ha pasado, ya me he alcanzado. No tengo más material diario semidiario que publicar aquí.
El experimento ha sido un fracaso enorme precisamente porque
ha sido un fracaso mínimo, irrelevante, a unos átomos de nada de la inexistencia. He
fracasado con todo. Fracasé en lectores, 50 diarios de media durante estos
meses, la mayoría desde Estados Unidos. Casi nunca he llegado a los 20 por
post, ni aunque lo enlazara en las redes. Fracasé cuando puse un mensaje durante días pidiendo comentarios y recibí cero comentarios. Fracasé cuando
puse un formulario durante semanas prometiendo una newsletter a quien se
apuntara, pero sólo recibí un correo que decía hola k ase y era mío, para ver si es que esto
funcionaba o qué. Fracasó mi idea de sentirme menos solo mientras escribía e
incluso la que no me reconocía de sentirme menos solo porque alguien real
aparecería por aquí o por el bar de abajo. Fracasó la intención de tunear formas y contenidos al corregirlo un mes después, porque no
tenía mucho sentido editar una polaroid, y le
peinaba las comas y a publicar.
El algoritmo de Google no me ha dejado de odiar ni un milímetro. Ningún puchero le ha enternecido. A ratos he sido bastante turras y debería haber salido más a menudo de mi cabeza para recolectar los temas con los que he terminado de hundir este blof (blog+bluff). Tendría que haber contado más a menudo lo que ha pasado, porque cosas han
pasado, como todo eso de la pandemia. No hablar demasiado de eso debe de haber sido lo mejor del blog. Porque opiniones he tenido, como esa sobre el fatalismo con que se aceptan las
medidas aleatorias que se contagian como modas entre gobiernos, esa sobre el adictivo y rico vicio de prohibir cosas a bulto o su hermano aún más feo, el volver cosas obligatorias a voleo. El mundo necesitaba escuchar mi "oigo patria tu aflicción", pero ya para otra pandemia.
Podría haber metido alguna movida, la fuga de Ariel del piso porque va a ser padre, y la búsqueda de un nuevo compañero en día y medio, porque al día siguiente huíamos los tres como ratas del Madrid debate de La Sexta. Y allí estará, él solo, ese mejicano tan discreto que vivía con sus padres y nunca había salido de su país. Estará o no estará, qué sé yo, no he vuelto a saber nada de él.
O mi viaje a Ibiza en avión, pendiente como un crío de la llegada para ver la isla desde arriba para sentirme un poco astronauta, y cómo me dormí contra la ventanilla unos segundos antes de que apareciera.
O
la excursión en bici a Cala Bassa, entre pinos, caminos de cabras y carreteras en las que los de los coches no distinguían si mi pachorra veranoazulesca era un efecto óptico o es que iba marcha atrás.
También podría haber traído a artistas invitados, a
Lucía y Yoyo en la última vez que les vi en Madrid. Podría haber sido graciosa la escena en
la que llegamos tan borrachos al sótano de Yoyo que ella bajo las escaleras por
donde no estaban y se hizo no se qué de unos líquidos fuera de sitio en el brazo y se tumbó en el sofá
quejándose del dolor y me empecé a poner las rayas en su escote y llamamos a un
amigo médico a las tantas y nos dijo que si lo podía mover dejáramos lo de urgencias
para cuando se nos entendiera mejor y cómo Andrea me pasó su porro y acabé abrazado a la taza y si me movía un centímetro el mundo se volvía remolino (de váter) y Lucía gemía al otro lado de la puerta, sólo la mitad de
dolor. Y cómo se cogió el virus al día siguiente en urgencias y cómo sabemos
que se lo cogió al día siguiente porque nos besuqueamos mucho y yo no lo
tengo.
Podría haberle puesto épica a la noche en que salvé la vida a
un inglés canoso y borracho que se cayó al agua con su bici al salir de su
barco y solo dijo help help help help hasta que le saqué y entonces lo cambió por fuck fuck fuck. O contar cosas más
sencillas, como los largos paseos por la costa en bici o a pie o los baños
extemporáneos en el Mediterráneo con los que a veces me acuesto y a veces me
levanto. O cosas menos sencillas, como el recuento de las botellas de vino y de vodka que me he
terminado aquí en esta terraza con vistas al mar y a las fotos de las chicas
de las redes sociales de ligar con citas de Paulo Coelho de las que copian hasta las faltas de ortografía y que no quieren quedar conmigo aunque yo lo único que quería a esas alturas (que son éstas) era no beber solo.
Cualquier mandanga hubiera funcionado mejor que las espirales paranoicas a las que les he puesto letra mala y música dudosa.
Pero aquí estoy, 18 años, 7 meses y 17 días después de
empezar este diario porque me sentía un poco solo en Madrid; escribiendo
desnudo y solo en Ibiza después de bañarme desnudo y solo en el Mediterráneo, con una copa de un vino que, condescendientemente, se llama ¡EA! y con vistas a una bahía en la que el mar es de piscina
de plástico y ya no me dice nada después de mes y mucho mirándolo a diario; con el sol dándome en la cara y la palabra fracaso tan en los dedos, tan de la casa, que la he querido escribir muchas veces pensando en los fracasos que vienen y -yo tampoco lo entiendo- con ganas de los fracasos que
vienen. A por el siguiente.