Nueve atardeceres de Ibiza. UNO.
El sol tenía sólo una línea de cielo por la que asomarse.
Entre tanta nube negra, nubes camorristas y con un ego monstruoso, lo que me
llegaba era una luz doméstica, hogareña, como un fogón de
pueblo que se colara por la rendija de la puerta de una casa apagada. Las nubes
seguían con su matonismo, engullendo la luz con su panza de burro. Había dejado
de creerlas, no iban a descargar, no iban a encerrarme en casa ni a dejar las
calles impracticables durante tres días, ni siquiera iban a estar ahí mañana
para darme un despertar tristón. Pero yo quería que el sol venciera, aunque
fuera justo al final, justo en el punto en que se despediría desde la cima del
monte. Hizo un último esfuerzo, quiso decir adiós con una boquita de fuego de
leña, pero se lo zamparon, desafiantes, y nos dejaron sin despedida para que
todo desapareciera en la oscuridad demasiado rápido.
25 de octubre de 2012
1 comentario:
Oye, chico, pues no se te da mal esto, no... ¿Has pensado en dedicarte a ello profesionalmente? :P
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